Inocente pasion

Los he escuchado, andan hablando pestes por todos lados. En público nadie se hace cargo, todos dicen que no. Yo mismo lo he hecho, no se bien porqué. En realidad se que no me gusta, que no me divierte, pero no por eso debo defenestrarlo de esa manera. De hecho hay tanta gente que lo mira, tanto televidente apasionado.
Me pregunté tantas veces, mas allá del culo de la fulana de turno, que le ven de divertido al baile, a Tinelli riéndose de los demás, a sus mulos festejándole los chistes, a las publicidades constantes, a los que no hacen nada y aparecen y uno los ve que se ríen con el conductor y hacen chistes internos que nadie entiende y todos nos reímos ¿por qué?

El maestro de ceremonia aparece en escena, se presenta como lo hace desde siempre, desde que uno no se acuerda. Con toda su cadencia y talento introduce a los jueces del juego. Ellos hacen su gracia de acuerdo al personaje que encaran. Hay mucha gente alrededor de la pista que alienta. Obviamente, el jurado no es el blanco de la arenga, casi por el contrario.
Luego de cumplir con las pautas que les dan de comer a todos y de generar sobre expectativa, comienza el espectáculo. Una a una las estrellas van entrando, bailando, jugando. Se equivocan y aciertan, hacen gozar al espectador. También lo hacen sufrir, por supuesto. Dejan todo para ganar y seguir permaneciendo, pero no saben que en realidad las estrellas no son ellos, que la estrella es el show (o tal vez si lo sepan, pero no les interesa), el personaje no tiene un apellido fijo. Como en un circo que postula al león como su máxima figura y el felino actúa y actúa. Hasta que envejece y ya no sirve, y lo sacan, lo llevan a un zoológico, pero automáticamente buscan otro rey de la selva. Y la estrella sigue siendo el león.
Termina un acto y comienza otro y otro y otro. Van pasando los talentos y los jueces juzgan. Los hinchas se emocionan. El conductor se ríe, maneja todo con una destreza afinadísima. Sus discípulos lo miran hipnotizados, es el precio que hay que pagar para entrar. Y alguien vende algo que muchas personas van a comprar, como una de aquellas chicas, que se viste de manera provocativa para instar a la gente a que consuma ese producto que nada tiene que ver con que ella se vista de ese modo. Y continúa el certamen hasta que alguien se tiene que quedar, para eso alguien se tiene que ir. Votan. Aquel ganó, otro perdió, el show sigue.
Pero todo esto es recién el comienzo porque entre baile y baile pasan cosas. Los players salen de la cancha y ahí esta el cronista detrás de bambalinas para acorralarlos con preguntas y captar el caliente como le enseñaron sus maestros y ellos opinan porque saben que es parte del show. Se critican unos a otros, se comparan y hasta en una de esas insultan a un juez y ahí sí, punto para el periodista, que para eso le pagan. Van caminando hasta el vestuario, lugar en el cual, por
contrato, se apaga la cámara, a menos que se pudra todo (el que se pudra todo siempre justifica absolutamente todo).
Terminó la noche, las piernas sudaron, las bocas hablaron, el rating midió bien, los anunciantes ganaron, el show esta garantizado. Pero ¿por qué terminar acá?, ¿por qué ser tan conformista si mañana todos los canales pueden hablar de lo que pasó hoy? Si hay tanta gente que lo vio, tanto espacio en la pantalla chica, tanto producto por vender.
Ya está, un conductor no tan bueno como el Maestro, un panel de periodistas especializados, varios cronistas corriendo por los pasillos con celulares en mano y agendas cargadas. Análisis minuto a minuto, stop motion, entrevistas exclusivas, riñas de gallos y tenemos para varias horas por día. Además promocionamos figuritas nuevas que se van sumando y cerramos el Business. No no, falta algo. ¿Nos vamos a perder el caliente previo a la salida de los jugadores? Lo mandamos por otro canal pero con derechos preferenciales y dejamos la pista bien caliente para que entre de nuevo el Gran Maestro y de comienzo a otra vuelta, para toda America.
Basta. Cambio de canal (ni siquiera me digno a apagar la televisión). Esto del show es demasiado banal para mi, sólo me sirve, como dije antes y vale destacarlo, para ver un culo o unas tetas. Hago un poco de zapping y llego al querido, al amado, al puro y honesto futbol de todos los días, que nada tiene que ver con este maléfico show. Ese balón que rueda por el verde césped es el sano fulbo que me acompaña en cada momento. Que está ahí donde lo busque, a toda hora, sin exigirme nada a cambio mas que mi inocente pasión ¿No?