Desafios continuos

Un desafío para esta tarde, para mañana o para el viernes.
Un motivo o un enemigo.
Un objetivo.
La lucha por encontrarlo puede ser más dura que el desafío mismo.
Será cuestión de inventar alguno y ver.
Resolver o no.
Y así sucesivamente.

Lunes Santo

Algeciras es una pequeña ciudad portuaria, situada dentro de la comunidad de Andalucía, al sur de España. La distancia que la une con Madrid es de 670 kilómetros y llegar hasta allí por carretera demora alrededor de siete horas. Aquel era mi destino, más allá de lo que el destino tenía para mí.
Recién salido del trabajo, con dolor de cabeza y cansancio fui hasta la estación de ómnibus larga distancia Méndez Álvaro a comprar un pasaje hacia la ciudad que limita con el peñón de Gibraltar, pero me encontré con que no había pasajes disponibles para la mañana siguiente, por lo que decidí comprar un boleto hacia Cádiz, ciudad balnearia a hora y media de Algeciras, para las 9 a.m. De paso conocería otro lugar, otra playa y al fin y al cabo esa era la idea: llegar al sur y recorrer con total tranquilidad, además de ir a visitar a mis amigos Andrés y Pablo.
A las 8.23 hora madrileña me despertó mi compañera de piso. Por suerte tenía casi toda la mochila lista y hasta se podría decir que me confié un poco. Sin embargo el Metro tardó más que nunca y, hasta ese momento, no se me había ocurrido tomar un taxi, pero después de tres lentas paradas y varias uñas comidas me bajé, subí a la calle y tomé uno. Llegué, luego de atravesar corriendo toda la estación, a las 9.08. Obvio, se había ido. Al final no fue tan grave y tras hablar con una empleada de la compañía, pude subir al micro siguiente, dos horas más tarde.
El viaje a Cádiz lo pase escuchando música, mirando hermosos paisajes y charlando con Belén, una bonita joven española, andaluza de ojos y cabello negro. Chocolate de por medio entablamos un dialogo más que digno para un viaje en micro. Ella viajaba a Puerto de Santa María, su pueblo natal, ubicado unos pocos kilómetros antes de mi parada. No hubo arreglo, no hubo consenso sin embargo por ella, y sólo por ella, me bajé un pueblo antes de Cádiz. Al salir del bus intercambiamos correo electrónico y anoté su teléfono (yo no tenia ninguno para darle), pero a los pocos segundos un auto conducido por un joven la recogió y quedé en la ruta, en la entrada, en Puerto de Santa María.
No me quedó alternativa que arrancar de cero y, al fin y al cabo, no resultó tan mal. Caminé, informándome antes, en dirección al centro y al mar. Una, dos, tres, quince cuadras y comenzaron a aparecer los hoteles, pero no estaba para gastos holgados. De todos modos consulte precios: 60 euros el primero,
48 el segundo, 39 el tercero y siguió bajando al ritmo de mis pretensiones. Todavía no había llegado al precio ideal y tampoco conseguido una habitación disponible. Ya el cansancio se empezaba a apoderar de mi cuerpo, la mochila empujaba mi espalda para abajo, el agradable calor de verano me agobiaba.
Me encontraba en el centro de este pintoresco pueblo pero no podía disfrutarlo, la billetera no quería ceder, pero mis piernas pedían un descanso. “La fuerza está acá arriba”, pensé.
Tomé una calle angosta paralela al mar, a poca distancia de la playa. Vi dos hostales, uno en frente del otro, y enfile. En el primero quise abrir la puerta y estaba cerrada con llave. Toqué timbre y una voz cansina me atendió. “Buenas tardes -dije- busco un cuarto. Estoy solo y calculo que me quedaré únicamente una noche. Querría saber si tiene lugar y cuanto cuesta”. Me respondió repitiendo cada una de las señas indicadas: “¿Cuarto para una persona? ¿Para una noche? No, disculpe pero no queda ninguno”. La primera de mis dos opciones estaba quebrada, bajé la cabeza y crucé la calle desierta en dirección al otro sitio, a pocos metros.
Me chistan -este es el momento que me encantaría reproducir fielmente el sonido del pst pst pero tendrán que agudizar la imaginación-, me doy vuelta y tres jóvenes muy bonitas están paradas en la puerta del hostal que acabo de dejar. Yo sigo en medio de la calle; no pasa nadie. Claudia es rubia y delgada, cabello largo y ondulado, tiene la piel suave y un rostro angelical. Helena no tiene la altura de sus amigas pero es muy sensual, lleva lentes y un escote despreocupado, una blusa larga y semitransparente cubre -a medias- su traje de baño. Amanda es morena, de ojos negros y una belleza importante, tan exuberante como paisana. Ella toma la voz de mando.
“Perdona, que oímos que estás solo y buscas un lugar para pasar la noche -mi cara se empezó a desfigurar-; nosotras estamos hospedándonos aquí, somos tres en un cuarto con cuatro camas -seguía en medio del asfalto-. Si quieres puedes dormir con nosotras, en nuestra habitación”, remató. “Gracias Dios, -dije y abandoné por unos segundos mi agnosticismo- claro que si”. Cuantas veces fue imaginado, fantaseado. Cuantas otras idealizado. No me vengan con jugar un Mundial ni en la primera de Boca, este es el sueño del pibe, el verdadero. Me pidieron dos cosas: discreción, ya que lo dueños no podían enterarse que yo dormía allí, y que las ayude con unas bolsas de supermercado que cargaban.
Venían de la playa, de uno de esos días en que el sol acompaña cada segundo. Yo venía del micro, de uno de esos días en que el destino cambia los planes en cada curva. Una vez adentro de la pieza sacaron de cada bolsa un par de botellas de licores, recién comprados para la noche y comenzaron a pasar, una a una, a la ducha.
Yo seguía inmóvil, ya no en medio de la calle, pero si en la cama, incrédulo de lo que estaba viviendo. Las tres eran catalanas y estaban de vacaciones. Fuimos a cenar mariscos al puerto, luego, de nuevo en el hostal, preparamos los tragos y después nos fuimos de cañas por el centro. Si afiance o no la relación con alguna de ellas creo que ya no afecta al peso de la historia, pero la verdad es que si. Así que para ser lunes estuvo bastante bien porque, a todo esto, era sólo lunes y me quedaba toda una semana en el sur de España.
A la mañana siguiente me sorprendieron con el dato de que tenían coche y que me llevaban a Cádiz, pero al ir los cuatro a buscarlo a la esquina donde había sido estacionado, el auto no estaba. “Lo robaron”, decía entre lagrimas Claudia, la dueña. Buscamos, corroboramos las calles, consultamos y nos dijeron que tal vez estaba en la comisaría. Nos preguntamos porqué habría de estar ahí pero, perdidos por perdidos, fuimos. Efectivamente allí lo tenían; la noche anterior la procesión devota de una virgen del pueblo iba a atravesar esa calle y la Policía había retirado todos los automóviles.
Tal vez esa virgen fue la que me allanó el camino y me presentó a estos tres ángeles, o tal vez no y fue simplemente mi destino.

EL AMOR

Corté el teléfono como nunca lo había hecho en mi vida. Mucha bronca tenía. Mucha bronca tengo. Estuve no se cuantos segundos paralizado, con la mente en blanco, o en negro mejor dicho. Me paré y caminé de una pared a otra de mi habitación. Eso lo vi, lo vi muchas veces en la pantalla grande, y en la chica también. Muy de ficción. Y ahí estaba yo, bastante nervioso por cierto, conteniendo mi ira en un paso furioso pero carente de proyección. Reboto en el escritorio, de ahí hasta donde empieza la cama. Los del segundo me deben estar escuchando. ¿Qué mierda hago? ¿Qué hago?, me pregunto. Que mierda, me digo. ¿La llamo o no? ¿Para qué? ¿Qué le diría? La puta madre, esta piba, yo sabía. Y juro que no es un yo sabía de orgulloso, de alguien que habla con el resultado puesto. Yo sabía que me iba a llamar y me iba a decir que estaba cansada, que no la mate, que se tiene que levantar temprano. Mierda, pura mierda. El que está esperando soy yo, el que se levanta a las siete de la mañana soy yo, y el pelotudo también soy yo. Tengo tantas ganas de mandarla al carajo, pero la amo tanto. Tengo tanta bronca pero tanto miedo. Quiero llorar, quiero hablar con alguien, pero se que mi llanto me impediría mencionar siquiera la primera oración. ¿Mi vieja? no. ¿Porqué? no se, es mi vieja. Creo que le criticaría cualquier cosa que me diga.
Agarro una hoja y transformo mis lágrimas en tinta, para no llorar. No me gusta. Aunque sé que cuando termine toda esta falsa descarga, cuando apague la luz, mi fina almohada se va a mojar y no de saliva.
Este historia aún no tiene final. Estoy seguro que la podría haber terminado hace instantes, pero no quiero. Juro que no quiero. ¿Entonces qué hago? Por lo pronto estoy dejando pasar los primeros momentos tensos. Pobre mi mano derecha, que tiene que ver, se debe estar preguntando porqué no nací zurdo.
Ok, ella me quiere, pero esta confundida. No sabe como seguir y mientras tanto seguimos. Yo la amo calculo, sino no me pondría así. No se, la quiero, la quiero mucho y no la quiero perder, pero tampoco quiero ser el boludo de la película. O que se canse de tirar y que yo afloje, ella tira yo aflojo y nos va a terminar tirando a mi y a la cuerda a la puta que lo parió, cosa que me haría sentir doblemente boludo. Igual es como preparado todo esto, porque antes que ella llame, solo, me hacía la cabeza con darle un plazo, obviamente no explícito, para ver que pasaba. Para ver como actuaba ella, y este fucking llamado que me dice mandá el plazo, explícito o implícito, al carajo, a ella una patada en el orto y abrí la cabeza chabón. Pero no, no es chabón, es cagón. ¿O amor? ¿Hasta donde llega el amor? ¿Hasta que punto?.
Cuan débil soy cuando amo, que pena. Y ahora ya no escribo con el mismo entusiasmo de las primeras líneas; será que realmente habré descargado casi todo, será que la cuota de pasión que de pronto inundo mi cuerpo se está yendo y deja entrar a la razón, que vuelve a decir espera unos días más, que tal vez se recompone todo.
La pasión hace las veces de corazón valiente y violento. La razón es cobarde, fría y calculadora.
Una vez más ganó la batalla la razón, pero la guerra no terminó. El final no lo sé. Lo que sí se es que este amor me hace perder la cabeza, la razón, el corazón, la vergüenza y, porqué no, la dignidad. Pero claro, que van a decir todos, el amor es el amor.

Oh juremos con gloria morir

Faltaban apenas 15 minutos para el principio del fin y la calle Florida ya era un descontrol. Argentina y Alemania ultiman los detalles para el enfrentamiento, 11 hombres representan a cada país en el verde césped del tecnológico Olympiastadion. De repente, los conductores se acordaban que sus autos tenían bocinas y que las podían usar contra los peatones, que corrían y cruzaban la calle sin importarles por cual color se decidía el semáforo. El pase a la final es el objetivo. El Mundial de Fútbol, allá en Berlin, arde. El microcentro, acá, también.
“No, papá. Mesas ya no quedan”, le dice el argentinísimo mozo del bar Del Centro a aquel desprevenido, que se acordaba del partido justo dos minutos antes que Sorín lea el discurso que la FIFA había preparado. Motivo suficiente para generar una polémica acerca de los diferentes tipos de fanatismos observables en un mundial. “Están los que se vuelven locos y de pronto ya, se olvidaron de todo. –comenta uno de la tribuna y otro agrega- También los otros, que juega Argentina y nada, ellos dentro de un taper”. Basta, salen los jugadores a la cancha.

El obelisco esta ahí, firme. Siempre atento a las revueltas populares, no importa cuál sea el motivo. Él se las rebusca para llegar antes que todos y plantarse en el centro de la masa. Por ahora no arenga.

Mucha Coca Cola y poca comida sobre las mesas amontonadas de aquellos oficinistas que habían reservado sus lugares luego del partido anterior, con Méjico. El oídmortales nunca se hace presente en la nueva versión mundialista del himno argentino. Sin embargo, la imagen que sale de los, tan de moda, plasmas pone la piel de gallina a todos los presentes. “Abbondanzieri. Coloccini, Ayala, Heinze y Sorín. Lucho González, Masquerano, Maxi Rodríguez y Riquelme. Tevez y Crespo”, repite Lalo sobre la voz del relator de Canal Trece, Sebastián Vignolo. Lalo tiene menos años de los que parece. Es pelado en un 80 por ciento de su cabeza; sólo posee una franja de pelo que va de oreja a oreja, por sobre la nuca. El nudo de la corbata se relajó junto con el primer y el último botón de su camisa. Probablemente haya estudiado para la ocasión, porque se sabe hasta el nombre de la madre del número tres alemán.
¡Se mueve!, la pelota gira y el partido comienza. En el bar hay, aproximadamente, 50 personas de las cuales no más de diez son mujeres. De todas maneras se hacen notar. Todos fijan su vista en las dos pantallas que se enfrentan, una en cada extremo del salón. Algunos bajan la vista para meter bocado, pero tratan de que eso ocurra en los laterales o en los saques de meta. La tensión crece minuto a minuto.
El dueño, que hace las veces de cajero, y los dos mozos juegan un partido aparte: Atención al cliente Vs. Pasión por el fulbo. Lástima que ni el dueño puede terminar de defender su postura y cede ante la mirada inquisidora de los garsones. De todos modos, ningún cliente osará pedir siquiera una pizca de sal hasta tanto comience el entretiempo.
El balón está perdido dentro del campo de juego, pero se reconoce más amistoso de los de azul. Las jugadas de gol son escasas y los “uuuuhhhh” exagerados. Piernas fuertes, un cabezazo erróneo de Ballack, algún lujo de Tevez y una mediocre actuación del referí se destacan en la primera fase del partido.

El obelisco, inmutable ante el nerviosismo de la situación, escoge el silencio. Son pocos los transeúntes que, al pasar, le gritan “vamos Argentina”. Él no responde. Pero escucha atento la radio de alguno que prefirió el relato de Víctor Hugo y se sentó a su lado a contemplar el paisaje porteño.

Del centro abastece a su clientela, exprimiendo al máximo los escasos quince minutos de intervalo. Los meseros no ven la hora de que empiece a rodar nuevamente el balón, pero ahora ellos ceden ante la mirada del jefe y corren de mesa en mesa levantando pedidos. “Este corre más que Mascherano. –comenta Lalo entre risotadas, refiriéndose al mozo mas joven, y se despacha- Te pido otra Quilmes y más maníces”. Otra vez, todos a sus puestos que empieza.
No habían llegado a acomodarse que ya estaban revoleando lo que tenían a mano. El “questa barra quilombera, no te deja no te deja de alentar” se oía dentro y fuera del local. Las minoría femenina aullaba a coro, el Lalo había perdido todo el plato de maníes en el piso, además del segundo botón, y aquel muchacho del rincón, menudo, solitario, que no había emitido sonido, gritó de tal manera que él mismo llegó a pedir disculpas. Ah claro, era gol de Argentina. Ayala cabeceó un corner de Riquelme y la pelota terminó en la red, a solo tres minuto de haber comenzado el segundo tiempo.
El entrenador que cada hincha lleva dentro brota como flor en primavera. Desde el fondo unos colegiales discuten el planteo: “Ahora hay que ponerlo al pibe Messi”. “¡No!, esperamos y salimos de contra”, responde otro. El Lalo, en tanto, no se queda atrás: “Estos alemanes son bravos, nos van a venir a buscar, vas a ver”. El partido entra en un terreno fangoso, donde Alemania busca como puede pero no encuentra y Argentina empieza a quedarse. El referí, localista por cierto, no quiere inconvenientes a la salida y trabaja para ello.

Los muchachos que se acercaron, con el resultado a favor, a 9 de julio y Corrientes no reciben respuesta alguna del estático monumento. Sin embargo se quedan en la plazoleta, rodean al de la radio y esperan.

Se acerca el final y, como si fuese una historia guionada, el segundo punto de giro dice presente: gol teutón. Una bomba. Klose, el goleador enemigo silencia a un país entero. Rostros pálidos. “Faltaban diez minutos, la puta madre”, dicen desde el fondo. Lalo, en cambio, saca a flote de lo profundo de su amargura el Nostradamus que lleva dentro: “Vieron, yo lo dije”. Los noventa reglamentarios concluyen y arranca el alargue. Todo muy parejo, nadie arriesga en el campo de juego. Tampoco en el bar, están callados, como sedados. El gol los dejó knock out y se respira un aire mezcla de pesimismo y esperanza. Pasa el tiempo entre nervios propios y calambres ajenos, y el arbitro pita. Ahora el clímax se desarrolla, lento. Van a penales.
Empiezan ellos. Neuville, gol. 0-1. Cruz, gol, 1-1. Ballack, adentro 1-2. Ayala, “noooo, Ratón, como pudiste”, lamenta Lalo. Las caras en el bar lo dicen todo, pero el tiempo no alcanza para tomar conciencia. Los segundos se esfuman. Podolski, gol, 1-3. Maxi la mete, con suspenso, 2-3. Borowski, “que hijo de puta, estos alemanes si son más fríos. No erran un penal ni que les pagues”, se exalta por segunda vez aquel menudito del rincón. Cambiasso, al llanto, a casa. Lehmann, el arquero, vuela contra su palo izquierdo y lo ataja.
Pasa todo tan rápido. La decepción todavía no es incorporada. Boquiabierta la hinchada en el bar, sigue mirando la tele, a ver si hubo un error, si alguien se equivocó y hay otra chance. Pero no. De a poco, uno a uno, se levantan y salen a la calle. Todo en un marco monosilábico, casi mudo.
Florida comienza a renacer, con suma tristeza. Las caras pintadas de celeste y blanco carecen de la sonrisa de hace dos horas. “¡La puta que lo parió!”, grita uno. “Vamos Argentina carajo –arenga otro y se envalentona- , ¡Todos al obelisco!”.

Y ahí esta él, parado, donde estuvo desde antes que empiece el partido. Blanco del abatimiento. Y la gente empieza a llegar, pese a la derrota. Lo miran y tratan de animarlo, le cantan, lo adornan. Así horas, venciendo a la derrota. Hasta que todo termina, y nadie se queda para barrer el piso, lleno de papelitos. Salvo él, obvio.

Arte para Romina

El siguiente block de hojas fue encontrado en el piso de un pasillo de La Rural, el último día de la edición de arteBa 09.

Cuaderno para anotar lo que veo del arte. Para Romina Yanina Bañeiro de su papá, Hugo Raúl Bañeiro.

Cuando mi hija la Romina se enteró que esta semana iba a estar ahí con los artistas en el trabajo me pidió que yo le consiguiera unas entradas para que ella les pudiera ver ahí a todos juntos y ver las obras de arte estas que hacen y todas estas cosas además de los cuadros y las pinturas porque la Romi tiene 12 años pero le gustan los dibujos y las pinturas y va a un taller por el barrio. Yo ya le dije a ella que no podía pedirles las entradas al patrón porque ya le había pedido yo a él cuando estuvieron los coches esos del rally para el Jorge que me lo venía pidiendo de por favor hace rato ya y como fue hace pocos meses no le podía yo volver a pedir al patrón, igual lo iba a tratar pero estaba difícil.
Pero para que la Romina no se ponga tristecida le dije yo que iba a hacer algo por ella; le dije que iba a escribir las cosas mas importantes que veía yo ahí en la feria esta de arte que le gusta a ella y las voy a describir y escribir detalles para que ella sepa como es. Además le voy a pedir la cámara de fotos al Alberto y le voy a juntar todo lo que le puede ser de interesante, si hasta le prometí que si veía un famoso ahí yo le pido un autógrafo para la Romina si ya me separe la birome para tenerla listita. Así que mañana empiezo y voy a esforzarme por ella, porque la quiero y si a ella le gusta el arte yo le voy a contar como es para ayudarla.

Feria de arteBA – día 1, miércoles.
Llegué yo temprano ahí a La Rural. Me tocó con casi todos los compañeros de siempre. Estaban el Osvaldo, el Rafael, el Jonhy y el otro Osvaldo de Lomas de Zamora. ¿Los conoces Romi, no? Después de cambiarnos salimos ya a distribuir los cestos de basura porque al ratito empezaba a llegar la gente ya. Cuando digo la gente digo los que vienen a comprar porque los estands ya estaban listos y puestos con todas las artes colgadas o apoyados. Si hasta había algunas tiradas por el piso. El Osvaldo de Lomas me dijo que vio unos que casi los barre, que parecía todo sucio ahí tirado. Para que prestes atención Romi, que hay varias formas de poner las cosas artísticas que se hacen.

Lo primero que me sorprendió fue que había gente joven más de la que pensaba. Ya me imaginaba yo a todos los viejos galanes paquetes con cuadros grandes dorados con gente desnuda o de hace mucho tiempo y al final vi yo mucha gente como de 20 años mas o menos y así vestidos como se viste la gente de la televisión o de la música. Y mucho color y eso le va a gustar a la Romina cuando lo vea porque a vos Romi te gustan los colores, el rojo, el verde, el negro y no todo blanco y negro, eso me acuerdo que me lo dijiste.

Mas tarde empezó a llegar gente y esos sí tenían cara de compradores porque la mayoría tenían sacos y corbatas y las mujeres vestidos elegantes y largos y todos así parecían políticos de los que salen en la tele. Y mucha gente era alta. ¿Habrá alguna relación entre la gente alta y el arte Romina?

De suerte también vi otra cosa que fueron unas mujeres que seguro eran famosas o modelos porque eran muy altas ellas y a unas las vi en la tele pero no me acuerdo en que programa y estaban ahí charlando y de repente se ponen como para sacarse una foto delante de un cuadro muy grande, que era de unos verdes y más colores y medía como tres metros de largo, pero no lo conté yo, y ellas estaban ahí y yo escucho, pero poniendo cara de que miro para otro lado, que una rubia que parecía la líder dice que donde esta el fotógrafo, que llamen a un fotógrafo pero lo decía así como al aire y todas la otras cuatro mujeres repetían que traigan al fotógrafo y otra chica no tan alta hablo por un teléfono grande de esos wokitoki y a los 15 segundos llego un señor con la cámara profesional y les sacó unas fotos a las mujeres con la obra de arte y también después llamaron al artista porque así decían ellas, una foto con el artista que venga el artista y fue un señor que era medio pelado y no tenía cara de artista y se sacaron fotos. Ahí yo pensé que qué lindo sería que yo algún día este con vos y el Jorge y el Oscar y tu mamá y empiece a gritar que donde esta el pastel de papa, que traigan al pastel y que venga un mozo y me traiga un pastel de papa así donde yo esté.

Feria de arteBA – día 2, jueves.
Caminé y vi que había muchas cosas que no parecían arte pero después no se me vaya a enojar la Romina con que yo no se de arte pero o yo estaba equivocado o estoy equivocado o el arte es otra cosa o están todos locos los artistas. Que en un lugar había unos animales muy grandes tipo dinosaurios de cómo 7 o 8 metros que los conté con los pasos mientras barría sin que nadie se diera cuenta pero como no estaba seguro después pase de nuevo a contarlo de nuevo y me dio lo mismo nomás. Es así como una ballena grande grande pero toda hecha con madera y gomas de autos y cosas, botellas y otras pegadas todas y pintadas pero se nota que tenía una sola mano de pintura que lo vi ahí de pasada mientras contaba los pasos y si hasta vi que participaba por un premio de una fundación que ahora no me recuerdo el nombre. Después vi otro que también estaba muy grande y también tenía un cartel que decía Petrobras, que no se que tiene que ver esa cosa gigante con la nafta pero se ve que para ganar hay que hacer cosas bien grandes. Quizás por eso y porque son caras ganan. Yo no sé.

Otra cosa que me atencionó, Romina, para que veas que describo, es las obras de arte parecidas a los dibujos que hacías vos, el Jorge y el Oscar cuando eran chiquitos. Esos rayones de muchos colores que hasta los hicieron por las paredes pero acá hechos en tamaños grandes, ponele de dos metros por dos metros, y enmarcados así bien prolijos. Tal vez tenga que ver con algo de cuando los artistas eran chicos o quieran decir algo de su historia de vida. Pero se ve que los artistas se ponen de acuerdo o que está de moda yo no sé pero estudian eso y se ve que la gente se para a verlos. También vi que mucha gente se para a ver una obra de arte y así de lejos, supongamos que esta pasando por un pasillo cualquiera y ven la obra y se acercan y van y miran bien de cerca como si quisieran descubrir que hay, de que está hecho y cómo. Y después de lejos otra vez. Y sabes que tenían razón porque después de darme cuenta yo lo que hacían me acerque sin querer a un cuadro que estaba en un pasillo y lo vi bien de cerca y no entendía nada de ese dibujo que parecía lápiz negro y después me alejé y eran unas flores negras y grises que estaban lindas pero hay que ponerlo en un lugar para verlo de lejos porque de cerca ni se entendía nada.

Estoy llegando a la estación y no escribo más pero lo último que voy a escribir es una frase que escuche decir a un hombre que tenía un casco de moto en la mano y otro le pregunto que porque llevaba el casco y este le dijo que porque el arte le rompe la cabeza y me pareció muy graciosa.

Feria de arteBA – día 3, viernes.
Ya la feria esta abierta para todo el mundo. En realidad para todos lo que tengan plata para pagar la entrada y llegó mucha gente. Y la gente se viene con cámaras que yo pensé que la cámara del Alberto era tecnológica pero acá en capital todos tienen cámaras porque la gente sacó una cantidad de fotos que no te imaginas Romina. Yo no sé si es parte de conocer y estudiar el arte o que se yo pero había muchas maquinitas y la gente caminaba con estos aparatos prendidos por los pasillos y entraban a los estands y sacaban fotos y seguían. Por ahí esta bien porque como no pueden ver todo junto le sacan fotos a todo y lo ven tranquilos en las casas. En realidad no sé, porque en la pantalla se ve chiquito y me imagino que yo si fuera a ver una feria de arte lo quisiera ver en vivo, pero nunca fui a ninguna.

A la tarde me mandaron a un sector que se llama Barrio Joven que estaba seguro que a Romina te iba a gustar eso pero al final terminó siendo un loquero. Eso lo digo que no entiendo nada pero para mi era así porque estaba todo pintado y ahí los que venden arte tienen espacios más chicos y por eso ponían todo amontonado y cosas tiradas en el piso y ahí entendí cuando el Osvaldo de Lomas me dijo lo del arte basura que casi barre pero que le dijeron que eso era una pieza, que así le dijeron. En ese sector vi unas cosas raras con televisores que repetían siempre las mismas imágenes siempre y también había un lugar que en la entrada decía que los menores de edad no pueden entrar o algo así y me dio la intriga pero me dije que si vos Romi no podías entrar entonces yo tampoco iba a entrar. Pegado a ese lugar prohibido había uno con una carpa toda armada que sólo le faltaban las estacas y pensé que los artistas de ese lugar duermen ahí pero el Aníbal me dijo que a las diez y pico echaban a todos así que no se para que será.

Feria de arteBA – día 4, sábado.
Hoy anduve por el sector del fondo, por donde hay premios y me vi que había un señor leyendo por un micrófono unos libros que tenía arriba de un escritorio. Pero era extraño porque estaba como fuera de lugar este señor porque el escritorio que tenía era como el del abogado que fui a ver cuando pasó lo de la Marta con el Tuqui. Un escritorio de madera grande con unos libros que me dijeron que era El capital de marx, de no se cual escritor y lo leía todo en voz alta y sin parar. Y a unos pasos de ahí había una maquina gigante así como del futuro y las vi yo a esas películas pero ésta era de Telefe y la fila para entrar era larguísima porque parece que adentro se podía hacer uno mismo la obra de arte y te la llevabas en una bolsita pero vi muchas a la pasada y eran todos iguales aunque sea de gente grande o chica.

A las cinco de la tarde me tocó el baño y fue más aburrido pero podía descansar los pieses. Lo bueno es que muchos son respetuosos y saludan pero igual dejan unos olores que no te cuento Romina porque eso no tiene nada que ver con el arte.

Antes que me olvide tengo que escribir que le pedí a Álvarez el de seguridad que si podía hacerte pasar y me dijo que iba a preguntar que mañana me decía pero creía que si.
Otro dato para la Romi que me lo dijo la Gladys porque sabe que estoy investigando yo: las obras se venden en dólares así que deben valer mucha plata y a las que venden les ponen un punto rojo al costado.

Feria de arteBA – día 5, domingo.
Hoy vi al de los Pells, al Pelado Telerman que no lo vote yo pero me acuerdo de él y otra que no me acuerdo como se llama. También me di cuenta que hay muchas fotografías pero no hablo de las que saca la gente. Hablo de fotos arte que están para la venta y algunas son muy raras y otras son comunes y de cosas que pasan todos los días, como de entrecasa. Y hay fotos que estás como mal sacadas o como es que se dice fuera de focos, pero se ve que se venden igual y eso es bueno para la Romina para que no se vaya a poner nerviosa y tal vez por eso la gente saca tantas fotos a todo.

Escuche por ahí que se usan materiales como óleo, acuarelas, tintas y pinturas, lo anote para no olvidarme. Y puede ser sobre tela o sobre papel o madera también. Pero me di cuenta que es mucho más abierto de lo que yo creía porque me imaginaba que iba a ser todo lo mismo como en los museos que no voy hace tantos años, pero es mucho mas divertido y colorido y diferente entre las cosas unas con otras.
Así de cosas distintas vi, además de los cuadros en muchos tamaños, cosas que creo que son esculturas pero también me las imaginaba como estatuas más chicas pero también hay de esas pero hechas de otros materiales y de colores, y unas bancos de madera y muchos pajaritos vi Romina en la feria, pintados y como embalsamados pero sé que no estaban muertos, que eran de mentira pero bien hechos. Bueno, y fotos de cosas y de personas y escuché por ahí que el arte son acciones también.
Pero para terminar tengo dos cosas para decirte que te van poner contenta y las escribo acá en la feria así hoy puedo dormir en el tren. La primera es que me hable con un señor joven que le dije que yo no entendía nada de esas cosas artísticas pero quería saber para vos y él me dijo que no importaba que yo no sabía nada, que si quería podía aprender y que al final lo que importaba era que si me gustaba o no lo que veía. El dijo como que si me transmitía algo la obra de arte ya era bueno porque no era indiferente a mí. Así dijo y me pareció muy bueno porque significa que ahora tu papá ya entiende algo de arte.
La segunda buena es que Álvarez me dijo que mañana te hacía pasar así que te doy la noticia de sorpresa por el cuaderno así ahora que lo estas leyendo dejas de leerlo y me das un abrazo que eso es arte, jaja. Chau.
Papá Hugo.

Observaciones sobre la abundancia y la satisfacción masculina

Le propongo, lector, analizar con lujo de detalles el desenvolvimiento de un ser humano de sexo masculino en la recepción de un casamiento. Allí se encontrará inmerso en diversas situaciones, con diferentes personas y deberá actuar de la manera que considere adecuada para transitarla lo mejor posible.
Con este análisis no intento explicar nada. Sólo demostrar, en base a experiencias reales, cuan fácil o difícil puede ser divertirse.

El hombre, en una situación de relativa alegría, dependiendo de la relación que tenga con los futuros marido y mujer y la satisfacción que le provea esta unión civil (y tal vez religiosa), arriba al salón dispuesto a disfrutar del evento.

Dadas las convenciones sociales actuales, se viste de fiesta. Esto hace referencia al traje, la camisa, la corbata, los zapatos, etc. En caso que la persona utilice estas misma vestimenta en sus labores diarios cotidianos, probablemente tenga prendas de esta índole reservadas para ocasiones especiales (reuniones sociales de mayor importancia a las usuales). En caso que las ropas vestidas diariamente sean las denominadas informales, léase remeras, jeans, camisas, zapatillas, la indumentaria vestida para esta fiesta será prestada o comprada especialmente. En este último caso no importa que haya sido comprada para una fiesta anterior y se continúe usando, ya que ambas constituyen situaciones especiales y esporádicas. ¿A dónde vamos con todo esto? La vestimenta de fiesta, es atípica por ende no estamos acostumbrados a ella (nos referimos a la prenda especifica, no al género). La condición de atípica afecta a todos los concurrentes por igual, por lo que no sólo se está atento a como uno se siente con la prenda, sino también a como los demás lo ven a uno dentro de esa prenda. De esto deriva que cada cual es observador y observado al mismo tiempo y en mayor medida que lo usual.

Ya tenemos al hombre vestido de fiesta, intentando sentirse cómodo dentro de su inusual prenda y prestando suma atención a sus pares, ya sea en como ellos están vestidos y cómo lo miran a uno mismo. Ahora, ese hombre se encuentra dentro de un salón que oficia de recepción a la posterior fiesta. Pasemos a analizar otros aspectos entonces.

El hombre es un ser social por naturaleza, eso dicen algunos. Por eso llega este individuo al casamiento y se relaciona con el resto de los invitados. Tendrá sus amistades cercanas, tal vez familiares, probablemente muchos conocidos y gente desconocida. Dentro de estas posibilidades, escoge a unos pocos para aferrarse a un subgrupo social y la seguridad que este brinda. De esta pequeña tropa conocerá a todos, por lo que no necesitará ponerse al día en cuestiones personales, a diferencia de lo que pasaría si intentará relacionarse con todos los conocidos. Para hacerlo más interesante desarrollaremos la novedosa ecuación: socialización x tiempo transcurrido sin contacto con el individuo a socializar. Cuanto mayor tiempo pase desde la última vez que X vio a Q menor será la importancia que X le otorgue a las respuestas de Q y viceversa. Esto, en vocablos vagos, se refiere a las preguntas típicas que uno le hace a alguien al cual no ve hace mucho tiempo y en la mayoría de las ocasiones no le interesan las respuestas del otro, sino ser cordial y diplomático. Las respuestas serán cortas y de tipo: todo bien, bien bien, tranquilo, tirando y no habrá repreguntas ni profundización. Obviamente, pero no está de más aclararlo, hay excepciones. El problema de irritación por reiteración, que es evitable refugiándose en el subgrupo, surge luego de repetir considerables veces los mismos procedimientos ya que no sólo somos cordiales preguntando, sino que debemos repetir las mismas respuestas a las mismas preguntas tantas veces sea necesario para mantener el orden diplomático.
Es así que se busca el equilibrio entre el amparo del reducido grupo de íntimos y la diplomacia con la menor cantidad de conocidos. Esto se efectiviza siempre desde un punto físico del salón, generalmente es junto a una pared, columna o rincón, desde donde cada miembro del subgrupo parte a buscar alimento y regresa sabiendo que allí encontrará la calidez del hogar.

Mencionado el ítem alimento, pasemos a detallar lo que acontece en relación al deleite culinario.

El hombre arriba al salón en cuestión sin haber ingerido alimento sólido hace, por lo menos, un par de horas ya sea porque viene de la ceremonia religiosa realizada previamente o porque es prevenido y sabe con la situación que se hallará. Entonces, hambriento, se encuentra con que la comida que allí se sirve es cuantitativa y cualitativamente poco frecuente en su vida cotidiana. Para ser más expeditivos, los platos que allí se sirven van del salmón ahumado al calentito de jamón y queso. Del soufflé de acelga con salsa parisién al canapé de caviar negro y salsa golf. De la empanadita de carne al sushi. Esto en cantidades suficientes para saciar el hambre de los invitados a la fiesta, los camareros, el barman, la recepcionista y los lavaplatos.
En relación a esta realidad, el individuo deberá tomar una decisión que girará en torno a elegir pocos platos para comerlos en abundancia o diversificar su menú para probar muchas comidas.
Pero amigos esto no es tan simple, porque hay obstáculos a sortear en el camino hacia el regocijo culinario. A saber, las medidas del salón recepción, generalmente son grandes por lo que hay que desplazarse entre una degustación y otra. El problema no es caminar sino con quien nos tropezamos en el trayecto, y con esto retomamos un punto fundamental del análisis general: la interacción social en estas circunstancias. Estamos entonces transitando el camino hacia el regocijo alimenticio pero nos topamos con un conocido, luego con otro y con otro más. Decidimos ser cordiales pero no perdemos de vista nuestro objetivo central. Una vez sorteados dichos estorbos observamos que, alrededor del espacio donde se sirve el arroz con camarones que tanto deseamos, hay unas quince personas con la misma ansiedad que nosotros. ¡La pucha, que difícil es ir a un casamiento! Finalmente logramos obtener la pequeña y deliciosa cazuela de mariscos y volvemos a nuestro lugar base en la preciosa recepción.

“Muy rica la cazuela pero con algo hay que bajarla”, se escuchó decir a un gordito por lo bajo que se dirigía a la barra, pero en el medio saludaba a medio salón.

Es difícil encontrar el equilibrio cuando se come y se bebe en iguales condiciones de calidad. La dimensión hambre ya fue desarrollada, es el turno ahora de la dimensión sed. En estas circunstancias un hombre debe definir qué toma, cuándo lo toma y cómo lo toma. No obstante será de vital importancia aclarar que la mayoría de los placeres bebibles contienen un elemento particular: el alcohol. Esto es mencionado por las consecuencias que tendrá este elemento, en la medida que sea consumido a groso modo, sobre el individuo. A diferencia de las opciones comestibles, me atrevo a recomendar la elección de una bebida para mantenerla a lo largo de la fiesta, ya que la mezcla de alcoholes será motivo de padecimientos estomacales en el día posterior al evento.
Un muchacho bajó las escaleras, entró a la sala, saludó a varias personas, detectó a algún miembro del subgrupo y, luego de saludarlo, automáticamente le comenta: “¿vamos a la barra a buscar algo para tomar?”. Vamos a suponer que elige champagne entonces, copa en la mano, va a buscar a los demás integrantes del subgrupo, a saludar a los novios, ver que chicas hay en la fiesta, etc. Una vez resueltos estos tramites vuelve a establecer el punto base, si es que sus amigos no lo establecieron aún y, acto seguido, arranca el raid gastronómico ya mencionado. Sin embargo me pregunto, ¿en qué momento este muchacho dejó la copa para coger el plato con salmón ahumado? ¿Dónde lleva el tenedor? ¿Cuántos tenedores caen al piso por fiesta? Suponiendo que estemos en presencia de un equilibrista digno del Circo de Carlitos Scazziota, llevará la copa en la mano derecha junto con una servilleta entre el dedo meñique y el anular. El plato con salmón en la mano izquierda, con el tenedor sobre el plato, endeble ya que su punto de apoyo es la carne rosada del pescado. Camina entre la gente esquivando trajes, vestidos y gotas de champagne, se le cae el tenedor y antes de tocar el piso le roza el pantalón, mancha, una moza con bandeja lo levanta ágilmente, lo mira con cara de pelotudo ahora vas a comer con este tenedor sucio, le da culpa y le va a buscar otro, tarda 34 segundos, lo saludan dos mujeres, le da vergüenza, sigue su camino hacia el lugar base, llega y quiere introducirse en la conversación, comer, tomar y limpiarse el pantalón, se da cuenta que no tiene cuchillo, tampoco tiene donde apoyar la copa, los amigos le dicen que se tome un fondo blanco, lo hace, se desplaza tres metros y medios a la mesa mas cercana y deja la copa, come sosteniendo el plato con la mano izquierda y cortando con el tenedor. ¡Ah, que rico el salmón!
Si se sintió identificado ya puede mandarle un CV a Carlos Scazziota. De repetirse varias veces mas esta secuencia, cosa que seguro pasará, el muchacho estará olímpicamente del copete antes de entrar al salón, esto teniendo en cuenta que el fondo blanco acelera el proceso embriagatorio, que se auto motivan entre los miembros del subgrupo para tomar más y más alcohol y que ante la vagancia de ir a buscar otra copa, en muchas ocasiones aceptamos el trago de ferné, vino, whisky y hasta daiquiri para bajar el canapé en cuestión.

Es entonces que pasa el camarógrafo decadente con el hijo de puta del iluminador que le pone a uno una luz de 1 millón de watts en la cara que lo enceguece y piden que saludemos, sólo por envidia que nosotros estamos relajados y ellos trabajando, y pasa eso que vemos un mes después del casamiento en un living de parqué y pared color crema de recién casados, que nos encontramos saludando a cámara con un movimiento de cabeza, una sonrisa nerviosa, una mirada incoherente, un plato medio lleno, una copas medio vacias, un pantalón manchado y unas palabras de amor con la boca llena.

Después entraremos al salón, comeremos ya sin hambre, beberemos sin sed y bailaremos con las chicas que apenas saludamos en la recepción. Pero esa es otra historia, que el mozo de nuestra mesa, llenándonos constantemente la copa con champagne, podrá ayudarnos a disfrutar.

De veredas y alternativas

El taxi nos dejó en el centro de la ciudad, a pocos metros de la plaza principal, del museo histórico y del puente. Eso lo sabíamos por los mapas. Ya desde la autopista de entrada, una media hora antes, nos habíamos percatado que el caos reinaba en la calle.
El coche era muy viejo y sonaba a viejo. Y olía a viejo. El chofer conducía con la mirada fija en el frente, encorvado, agarrado al volante como si fuese su salvavidas. Probablemente lo fuese. Se estaba quedando calvo, le faltaban varios dientes de los visibles y unos cuantos de los del fondo también. La radio encendida transmitía música regional continuamente, pero las ventanillas delanteras abiertas generaban que el viento y el ruido de la calle se mezclen con esas notas poco conocidas para nosotros. Cambiaba de carril según el conductor que le tocaba delante. Muy seguido para ser sincero. Y para las bocinas, evidentemente, tenían otro método de uso porque sonaban cada pocos segundos. De hecho, sorprendidos por la situación, jugamos a contar hasta diez sin escuchar un claxon. Era una tarea difícil. Llegábamos a seis. De día hubiese sido diferente el viaje. Hubiésemos observado más el paisaje, a las personas. La noche le daba un toque enigmático. Prestamos atención a los detalles. Los edificios, por ejemplo, se erigían a poquísimos metros de la banquina de la autopista. Supusimos que primero fueron ellos y después el camino. Pero sólo pensar en dormir una noche en un departamento con salida a este mar de motores era escalofriante.
Cuando entramos en la ciudad el transito se hizo mas espeso. Intentamos dialogar con el chofer pero intercambiar ideas era una tarea compleja y, a decir verdad, él no ponía mucho esmero. La dirección de destino se la anotamos en un papel, para evitar confusiones. Después caímos en la cuenta que su alfabeto y sus letras son distintas, otra tipología. Entendió igual. A pesar del tedio los vehículos avanzaban, como dice el dicho popular: sin prisa y sin pausa, salvo cuando se metía de prepo un auto de una calle transversal o algún peatón impaciente y poco cauteloso. Nosotros lo vivimos desde la avenida, porque no agarramos ninguna calle pequeña.
Después de una brusca frenada que no conmovió al chofer, fue que nos miramos con el negro y coincidimos que algo estaba faltando. No sabíamos que pero algo en el paisaje urbano nos hacía ruido, además del motor del auto, los bocinazos, la música y el gruñido de toda una ciudad. Fue entonces que se me cruzó por la cabeza la frase onda verde. “Agarramos una onda verde”, le dije al negro que me asintió con la cabeza sin mirarme, prestando atención a un auto que nos pasaba por la derecha a una velocidad incalculable. Pasaron unos pocos silenciosos segundos y los dos nos unimos en una mirada. Claro, no hay semáforos. Ni uno. Nos es que pasamos algunos, pocos. Que los pasamos en rojo. No, no. En esta ciudad no hay semáforos. Nos encontrábamos ya casi en el destino, o sea en el centro. Se notaba por la cantidad de comercios cerrados, por la gente que deambulaba en la calle, por la vida nocturna. No había lugar para excusas de situarnos en la lejanía, en la periferia. Pero a su vez los coches andaban. Al menos en aquel tramo no habíamos visto accidente alguno, ni resabios. Estar dentro de las cuatro puertas daba cierto resguardo y seguridad, a pesar del riesgo que, supusimos, era matemáticamente comprobable. También pensamos en preguntarle al chofer si una ley, un precepto religioso o algo se responsabilizaba por la carencia de semáforos. El negro intentó, con gestos. Le señalaba llegando a la esquina donde debería haber uno. Dedo índice hacia delante, levemente elevado. Dedo índice y pulgar de ambas manos armando un círculo, repite tres veces la seña y dice en cada una “red, yellow y green”. “Grin, grin”, repetía el chofer mostrando una amistosa sonrisa sin dejar de mirar al frente.
Llegamos a la esquina indicada. Nos ayudó a bajar los bolsos y le pagamos. Nos dijo buena suerte en inglés. Mientras chequeábamos la dirección del hotel en un anotador se acercó un joven a pedirnos dinero. Estábamos en la calle correcta, a unos metros en la vereda de enfrente. Por reflejo caminamos hasta mitad de cuadra y vimos el edificio donde dormiríamos. En ese primer momento no fuimos concientes, esperamos con un pie en la vereda y otro en la calle, con los bolsos en ambas manos. Esperamos, cada uno en su mundo, cansados de tanto viaje. Pero no llegaba la instancia de cruce. Coche tras coche, avanzaban por la avenida llevando consigo una orquesta de ruidos. Esperamos y hasta amagamos pero era peligroso. Otra vez nos miramos. Cambiamos de bando, pensé. Que fácil sería al volante.
El negro sugirió ir a la esquina, tal vez allí sea diferente. No lo fue. Pero si cambió algo: podíamos aprender. En la esquina la gente cruzaba arriesgando su vida casi en cada paso. Sus rostros no indicaban el sufrimiento y la tensión que implica exponer la existencia de uno mismo. Así era para ellos todos los días, desde hace muchos días. Pero era realmente riesgoso; los autos frenaban sólo cuando era indispensable. Una lucha de poderes totalmente desigual. Un David contra muchos Goliat en cada cruce de avenida. Obviamente algunas personas se agrupaban para cruzar, pero una vez en medio cada uno velaba por sus intereses.
Con el negro ideamos algunas tácticas. Podíamos seguir a algún anciano, que seguro iría lento y con la seguridad que sus años le proporcionaron. Podíamos pedirle ayuda a alguien, pero el idioma nos plantaba un abismo en medio. Seguir esperando, mientras tanto, era la opción más segura. De la gente que cruzaba, estaban los que miraban para adelante como si caminasen por una peatonal, estaban los temerosos que empezaban caminando y después de varios pasos corrían los siguientes cuatro carriles. Los irresponsables también atravesaban, a su manera. Pero hubo un grupo que nos llamó la atención y convenimos que debíamos seguir sus métodos. Eran los que cruzaban a paso tranquilo, no lento, tampoco rápido, tranquilo. Dentro de su ligero andar giraban la cabeza a la derecha -por donde venían los automóviles- y miraban fijo al conductor. Intentaban no ceder ante las luces y una vez ganado el espacio continuaban su andar hasta que otro vehículo los desafiaba, y volvían a clavar la vista en su adversario.
El primer intento nos salió mal, tras unos pasos volvimos al trote. Un vago se rió de nosotros. Agarramos fuerte los bolsos, cosa que si volábamos por los aires, bueno en realidad no tiene sentido, hubiésemos volado con bolsos y todo, pero es una forma de canalizar la energía. Vamos. A media distancia venía un Renault oscuro, viejo. Seguimos. Los dos giramos el cuello tratando de no rotar también el cuerpo. Nos compenetramos. Somos peatones y cruzar la calle es nuestro derecho. A unos cuatro metros el conductor decidió empezar a frenar. Lo miramos a los ojos, dientes apretados. Listo, uno menos. Apresuramos el paso al ver dos coches que parecían competir en una carrera, pero ellos también elevaban su velocidad. Dudamos. “Pasamos nosotros”, dijimos al unísono y se escuchó el freno. El motor rugía. Los conductores impacientes nos miraban. Tuvieron que parar. Evidentemente no los quedó alternativa. Como a nosotros.
Aquella noche fuimos David. Y dormimos contracturados, pero en la cama que nos correspondía, en el hotel alquilado y en la vereda que no estacionó el chofer.

Legitimar las malas costumbres

En los próximos días sabremos si efectivamente las elecciones legislativas nacionales serán efectuadas el 28 de junio, como lo quiere el Gobierno. Esto nos hace pensar no sólo en los pros y contras que conlleva esta decisión a oficialistas y opositores sino en como inciden los comicios en la vida de un funcionario público.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner aseguró que “sería suicida exponer a la sociedad contiendas electorales permanentes de acá al 28 de octubre mientras el mundo se cae a pedazos". En primer lugar me parece un tanto apocalíptica esta apreciación sobre el planeta tierra pero al menos es coherente con otras frases de su discurso tales como “lo que esta pasando en el mundo es mucho más grave de lo que aparece en la televisión o en los medios. Miles de personas se quedan sin trabajo todos los días, se pierden casas, los bancos no saben cuánto van a durar, nadie puede predecir dónde termina esto". Y no digo que vivamos en un mundo ideal ni mucho menos, pero el hecho de utilizar el miedo y la tragedia como elemento manipulador ya no es muy original.
En segundo lugar me parece bueno preguntarnos y preguntarle a Cristina porqué sería suicida exponer a la sociedad a dichas contiendas. ¿Qué es lo que hace un funcionario cuando se avecinan elecciones? O mejor, ¿qué es lo que no hace?
Mientras la Presidenta justifica que “una vez superado el escollo electoral, tendremos mucha apertura y diálogo, alejado de los intereses sectoriales o partidarios”, desde la oposición rugieron todos. Macri: “Convocar a elecciones cambiando las reglas del juego es un síntoma de debilidad”. Stolbizer: “La modificación del calendario esta puesto al servicio del partido del Gobierno”. Morales: “La decisión es irresponsable y de tremenda gravedad institucional”.
Estamos de acuerdo que un funcionario se tiene que preparar para una elección. Perdón, ¿estamos de acuerdo? ¿No es su accionar como tal lo que lo avala para seguir o no en su cargo, además, obviamente, del voto popular?
La Ley de Ética de la Función Pública (Ley 25.188) capitulo 2 artículos C y D indica “Velar en todos sus actos por los intereses del Estado (…), privilegiando de esa manera el interés público sobre el particular” y “No recibir ningún beneficio personal indebido vinculado a la realización, retardo u omisión de un acto inherente a sus funciones, ni imponer condiciones especiales que deriven en ello”.
Cristina dijo: “Una elección demanda muchas veces posicionamientos personales que poco tienen que ver con los intereses argentinos". ¿Hablaba de ella, de sus funcionarios, de la oposición o de todos?

Vuelo MXX56-48 con destino a Buenos Aires

Yo creo que en un momento como ese todo es entendible, justificable diría. Cómo me voy a olvidar del vuelo MXX56-48, imposible. Me acuerdo bien, yo volvía de un viaje de negocios. Con solo 17 años la Metropolitan Financial Company me había enviado a Dusseldorf, Alemania, a un evento de mediana y baja categoría. Nada, tenía que haber alguna cara de la empresa, alguien que hable pocas palabras en inglés, que entregue un par de sobres -ahora que hago memoria nunca supe lo que había dentro- y que reparta otras tantas invitaciones. Yo de alemán ni la punta veía. Bueno sí, orbidensen, dankeshen, enshuldigun y ain, tzvai. Hasta ahí llego y sacame un wurzt bien frankfurten sin mostaza.
La cuestión es que esperaba dentro del aeropuerto volver a mi querida y todavía poco conocida Buenos Aires. Era de esos vuelos que salen a las cinco de la mañana, por lo que a las tres ya hay que estar con los bártulos esperando a que una lagañoza azafata empiece a checkiniarnos. Nadie duerme salvo de a medias horas, despatarrados sobre los sillones de las salas. Ahí uno, y no utilizo el uno para impersonalizar la acción y así justificar mis malos hábitos sino que he corroborado que le sucede a una gran cantidad de viajantes, empieza a ojear a los compañeros de vuelo. Que éste mira como se viste, que la otra es lo más grasa, que el de corbata trabaja con fulano y que la madre de los mellizos ¡of!, que mujer. Muchos italianos, eso después me llamó la atención. Alemanes, lógicamente, y chinos. Bueno, digo chinos, y no quiero ofender a ninguna persona de origen oriental, pero no tengo la menor idea si eran chinos, coreanos o taiwaneses. Me juego por Japón porque tenían mucha tecnología encima, cámaras de fotos, filmadoras, cepillos de dientes eléctricos. Entre tres y cuatro artefactos per cápita, una barbaridad.
Embarcamos a horario y todo se desarrollaba como un vuelo intercontinental amerita. La pauta indicaba tres horas de viaje hasta Torino, Italia, escala de no más de treinta minutos sin bajar del aeroplano y de ahí otras doce horas hasta Buenos Aires, Argentina. En ese momento justifique la nutrida presencia de italianos a la escala, pero lo extraño fue que en Torino no bajo ningún pasajero. Por el contrario, subió únicamente un muchacho que se ubicó en el asiento contiguo al mío. Aparentábamos edades similares, Simone se llamaba. Nunca más lo volví a ver; y eso que lo de mi ceguera fue mucho tiempo después.
Calculo que habíamos dejado atrás África hace unos pocos minutos, íbamos casi a mitad de camino, cuando empecé a notar cierta anomalía en la atmósfera del avión.
Las azafatas se esforzaban por disimular una impaciencia notable. Bueno, notable para mí que soy sumamente observador, porque nadie hizo ademán de sentir algo fuera de lugar. Mi viejo, que volaba seguido en avión, siempre me decía que mientras vea a las azafatas tranquilas me podía dormir tranquilo ­(a menos que estén repartiendo la comida, porque las muy guachas te ven dormido y siguen de largo, y después te levantas con un hambre que anda a quejarte con el piloto) ahora “si las ves nerviosas -me decía- agarrate porque hay tongo”. Y así fue; ahí arriba se cocinaba un quilombo importante, pero pocos nos habíamos percatado. Después de meditarlo unos minutos con Simone, él tomó coraje y fue hasta la cabina. Su reporte, hoy inexacto por el paso del tiempo y el deterioro de mi memoria, medio en italiano medio en español fue algo así como: “il piloto me dicci que stamo al horno, siamo sin suficcienti petróleo, ma que la sta piloteando. Pidió que io me quede muzzarella”. No entendía como podía seguir relajado porque a mi casi me agarra un ataque. Dudamos sobre los pasos a seguir: si informar de la situación a toda la tripulación, si hablar con el jefe de azafatas o si llamar a Olga, la rubia que nos había servido el desayuno, que buena que estaba esa mina; cuanta carne, toda alemana, con el pelo tirante, bien tirante hacia atrás y unas gomas. No, terrible, pero el ambiente no estaba para distracciones fáciles y vulgares.
Súbitamente vemos a todo el equipo de la aerolínea reunido en la parte delantera del avión, en aquel pequeño espacio que existe entre la cabina y las primeras filas de asientos, creo que allí se guarda la comida y algún otro elemento. Dos mujeres lloran, también el copiloto. Hablan en alemán por lo que no puedo seguir el hilo de la conversación; esto lo vi de casualidad cuando fui al baño, mientras esperaba que se desocupe. A todo esto la gorda que estaba adentro del toillet era italiana pero hablaba alemán a la perfección. Salió en estado de shock, histérica, llorando y gritando. Imaginen el cuerpo de esta señora de más de cien kilos chillando por los pasillos que íbamos a morir, que lo escucho al comandante de abordo, que restaban cinco horas de viaje y, aparentemente, teníamos combustible tan solo para tres horas. Una locura. Todos aullando, cada cual en su idioma. La familia de la fila 14-15 rezando, todos de rodillas al borde de los asientos, juntas las palmas de las manos y perpendicularmente pegadas al pecho. Simone me dijo que eran húngaros, que lo sabía por el acento. Los italianos a los gritos, insultaban al piloto, a las azafatas, entre ellos. Uno petacón y morrudo le daba de bofetadas al hijo que saltaba de butaca en butaca. Otro se quitó la camisa de seda y, de su bolso de mano, sacó una vieja camiseta del Nápoles con el número 10 en la espalda, “O visto Maradona, O visto Maradona”, cantaba. Al rato se enteró que en el vuelo había un argentino, yo, y me vino a hablar apasionadamente, no sin antes mostrarme el gol a los ingleses dividido en 27 imágenes que tenía tatuado en la espalda. Empezaba en la nuca, bajaba y terminaba ahí, con la zurda de Diego metida bien adentro. Decía que estaba arriba de aquel avión para conocerla a Doña Tota y pisar Villa Fiorito, pero que si le contaba como era, si le transmitía algo de la vida del Diez podría a morir tranquilo. Más tarde le agradecí a Simone habérmelo sacado de encima, lástima que lo hizo con una importante patada de tae-kwon-do y, del golpe contra un apoyabrazos, se abrió la cabeza. Ahí mismo le pusieron 14 puntos, pero no jodió más.
Los japoneses grababan todo, se sacaban fotos. Chun a Soon. Soon a Mei Li. Mei Li a Tanaka. Soon a Mei Li con Chun. Chun a Tanaka con Soon. Simone a Chun con Soon, Mei Li y Tanaka. Yo a todos ellos con Simone. Una orgía de fotogramas. Ellos posaban haciendo la V con los dedos índice y mayor, con las ventanas de fondo, en color, en sepia, en blanco y negro. Sus ojos eran visores LCD de cuatro pulgadas con zoom X3. El problema se desencadeno cuando abrieron la puerta del baño, con 14 cámaras el cuello, y vieron a la gorda que había anunciado la casi segura catástrofe comiendo todo lo que entraba en el carrito, ese angosto que deslizan las azafatas con tanta delicadeza a través del pasillo. Para que, Mandaron angular y flash al máximo, pero la pobre forcejeo hasta que pudo volver a cerrar la puerta. En ese momento fue que, insaciables los orientales, corrieron hasta el baño de Primera Clase y, al abrir la puerta, la vieron a Olga probando la carne del copiloto. Claro, con el ruido del ambiente y la efervescencia misma del acto Olga siguió arrodillada y el copiloto sonreía para la foto. Era un hecho, los chinos podían morir contentos. Los alemanes parecían los más calmos, mantenían su cinturón abrochado, algunos leían, otros dormían, eso sí, todos tenían puesto el chaleco salvavidas y las máscaras de oxígeno.
Y verán que mala suerte la mía. Luego de sofocado el primer temor, estaba soportando la tensión del momento con extrema relajación gracias a una pequeña ayuda etílica. Vale la pena destacar que, ante el revuelo, no pude más que saquear la bodega llevándome al asiento algo así como veintidós botellas, entre vino, whisky y Fanta Naranja. Además, le cambié a la gorda del baño dos bandejas de carne con arroz, gelatina y budín marmolado por tres botellas de Coca Light. Bastantes ebrios, con Simone, reflexionábamos sobre lo inhóspito de la situación cuando de pronto me vino una sensación horrible; diecisiete años y un aparato sexual recién estrenado: “no me quiero morir sin hacer un orto”, grité. Exactamente aquellas fueron las palabras. Me di media vuelta apoyando mis rodillas sobre el asiento y el torso sobre el respaldo, mirando hacia atrás donde, sentaditas, dos rusas escuchaban sus respectivos walkmans. “Quiero culear”, exclamé otra vez. Obvio, ellas no entendían. Y hete aquí el porque de mi mala fortuna: en ese preciso momento, cuando estaba dispuesto a hacer lo que haga falta para satisfacer mis necesidades sexuales, el piloto anuncia por el altavoz que la falla no se encontraba en la cantidad de petróleo que había en el tanque sino en el contador del tablero de control. Me acuerdo que dijo en un perfecto castellano: “Señoras y señores, take it easy, hay nasta para dar la vuelta al mundo”. Nunca nadie había revelado una sola palabra acerca del vuelo. Obligamos a los coreanos a borrar las fotos, al italiano a decir que se había tropezado, caído y abierto la cabeza y a la gorda a salir del baño y devolver los cubiertos que se llevaba bajo la blusa. Hoy, con 72 años, ciego y adicto al Whisky con Fanta, puedo decir dos cosas: el vuelo MXX56-48 me marcó para siempre y sexo anal nunca pude tener.

PELO en Carrussel

Pelo se llamó una revista emblematica de los años´70, Hair se llama el exitoso musical de Broadway, y pelo es el tema de un documental que se está realizando en Buenos Aires. Entrevistas tanto a peluqueros (hacedores de lo que ocurre por fuera de la cabeza) como a psicólogos (que explican lo que pasa con el arreglo personal por dentro de la cabeza) intentan abarcar lo que manifiesta el adorno más básico: el pelo.

Por la mañana, cada persona acomoda su pelo a un estilo: es fiel a su época, expresa un estado de ánimo o adhiere a una tribu urbana. Salir despeinado también es una aseveración, y aunque la persona se manifieste fuera de la moda, siempre comunica algo. El arreglo del pelo implica tiempo, dinero y dedicación, en diferentes cantidades; pero lo que es desapercibido, no pasa nunca. A partir de ideas como éstas, se está realizando un documental sobre pelo, basado en entrevistas.
Personajes de lo más diversos tienen algo para decir: peluqueros, peinadores, psicólogos, médicos, historiadores, religiosos, productores de moda, especialistas en pelucas, artistas e incluso pelados.
Según los realizadores, están investigando el tema desde la palabra pelo, una palabra simple, cruda y abarcativa, y no desde el témino cabello (un concepto ligado a las publicidades y al discurso comercial).
Periodístico pero con humor, los documentalistas exploran diversas facetas. En cuanto a creencias o tradiciones culturales, entrevistaron a un representante rastafari, como a otro de cultura andina, a un peluquero de la comunidad oriental y a un ortodoxo judío. Para entender cómo se interpreta el peinado y también su ausencia, charlaron con un psicológo, con pelados por opción y con forzosamente pelados; parece que el estatus del pelado no es el mismo hoy que hace treinta años. Además, en cuanto a comercialización, hay mucho para observar: las mujeres conocen la enorme variedad de productos, tratamientos, planchitas y otros dispositivos, pero los varones anhelan costosos implantes capilares, como testimonia un taxista que ahorra para su arreglo personal. El documental tampoco olvida la evolución de las modas, entrevistando a historiadores y expertos en peinados de época.
Con más de 20 horas filmadas, el rodaje comenzó en octubre de 2008 y continúa en proceso. La directora es Ana Rodríguez Baños (que es fotógrafa, periodista y estudió cine) junto con Alejandro Pereiro, también director; y se desarrolla con Leandro Edelstein como productor (periodista que egresó de TEA y estudió cine). Los tres dirigen su propia productora, en crecimiento.

Gracias a Paula Lopez y su Carrussel!!!! (http://www.carrussel.wordpress.com/)

extrachino

Hay un chino que esta al pedo. Tiene una barba candado que cierra correctamente, pelo lacio y cara de dushke. Mide un metro sesenta y es robusto. Habla el castellano como el mejor argentino porque él es argentino. Es un chino argentino y se nota. No cabe en él otra posibilidad que no sea estar al pedo. Para estar al pedo en su casa prefiere ir a trabajar de extra en comerciales, que está al pedo de todos modos, pero le pagan. Cada tanto le piden que se pare acá o allá, que lea el diario, que se siente en esa reposera. Le ofrecen bronceador porque está al sol de las diez de la mañana hace ya una hora, le traen un vasito con agua. Ahora descansa.

Se lleva bien con sus compañeros de extras; los conoce a casi todos de rodajes anteriores. Son de alguna manera una comunidad. Pero lo que a él realmente le gusta es estar al pedo. "Llegué a estar 22 horas corridas en una publicidad -comenta con orgullo-. Estaba ahí, tranqui. Cada tanto me llamaban para que haga algo y a los 20 minutos me volvia a sentar".

Se prende un Marlboro, se calza las gafas y se sienta. Ni el opulento catering le quita el sueño. No, no. Cada tanto un café o agua, nada mas. Con el resto le alcanza.

Si lo que a él le gusta es estar al pedo.

Pocos Reflejos

Te juro, pero en serio te digo, te juro que esa pendeja me las va a pagar. Tan tranquilo estaba, no molestaba a nadie, siempre mirando desde mi rincón y viene a romperme el alma, el cuerpo, las pelotas de esa manera tan estúpida. Te cuento para que entiendas un poco de donde vengo y trates de hacerte una idea de lo mal que estoy en este momento.
De mi creación mucho no me acuerdo, bueno lógico, pero tampoco me contaron mucho. Los primeros recuerdos que todavía retengo son del galpón, éramos como quinientos. Pero no conocía a todos, sólo a un par. Ahí estuve bastante tiempo, era un lugar muy amplio y oscuro, había mucho polvo. Me acuerdo que la luz entraba por dos ventanitas triangulares que daban a la calle, o también cuando el patrón abría la puerta, pero eso eran pocos segundos al día. La vida en el galpón era un poco aburrida pero nadie nos molestaba, nadie nos reclamaba nada.
El gran salto lo di hace algunos años, cuando me trasladaron a mí y a varios de los míos. Por la luz me acuerdo que era de mañana, que entró el trompa, estaba más gordo que de costumbre y sin afeitar. Hace mucho que yo no lo veía. Pasó con una chica de unos 25 años, más o menos, muy bien vestida. Bueno, en realidad salvo la mujer esta bajita que venía una vez por semana a limpiarnos, yo nunca había visto otra mujer bien vestida, tampoco vestida, tampoco desnuda. Pero en comparación era la chica más linda que había visto hasta ese momento. Llegó y miren ustedes que me acarició sin siquiera saludarme, me miró de arriba abajo como inspeccionándome. Yo por las dudas me quedé quietito quietito porque estaba el jefe al lado. Se que hizo lo mismo con mis primos, lo vi de reojo. Después se alejaron y ya no pude escuchar lo que decían, esa noche no durmió nadie; nos quedamos todos con la intriga.
Bien temprano, al otro día, nos trasladaron a todos sin previo aviso, a vos te parece. Tuve el pálpito cuando abrieron la puerta grande de atrás, de tanta luz que entró me acuerdo que no podía ver nada, pero sabía que venía del fondo. Ahora, claro, estoy acostumbrado a tantas luces. Vinieron dos gordos que al menos se pusieron guantes pero tenían un olor apestoso y, uno a uno, nos fueron subiendo a un camión. No te digo, la rata del trompa ni se digno a saludarme y eso que pasó caminando delante mío; lo vi con sus gafas negras. Tantos años viviendo ahí y ni un hasta pronto o buena suerte, nada. Viste cuando decís: mala onda al pedo, un salame. El camión no estuvo mal, viajamos cómodos pero no veíamos a donde nos llevaban. Sólo podíamos mirarnos unos a otros y en el rostro de cada uno podíamos vernos a nosotros mismos, expectantes.
Cuando se detuvo completamente el camión mi primo más grande nos mostró el destino: Baires Shopping Center. Muchos pisos, luces, gente, ruido, bueno sabrán a que me refiero. Nos subieron a un carro bien preparado que hasta alfombra tenía y nos llevaron al local donde finalmente íbamos a parar: ropa unisex de buena calidad, pero no puedo decir la marca por un tema legal de publicidad y derechos. Como me asignaron el último puesto pude ver a donde iban a trabajar los míos y, dentro de todo, estaba contento, me había tocado una buena ubicación. A mi primo el más grande lo pusieron en la entrada del negocio, para cuidar la puerta supongo, digo, por su tamaño, media más de dos metros y era bastante ancho. También para hacerles notar a los clientes cuan mal vestidos estaban y lo vieja que era la ropa que tenían puesta. A los mellizos los mandaron detrás de la caja y eso que ellos de números no entendían nada, pero les tocó ese lugar. Bueno, algo de facha tenían, también después de los marcos de roble que les pusieron. Mira, no es envidia pero vestido así cualquiera tiene facha, igual no me quejo. A mis primos menores, los cuatrillizos, los mandaron a unos cuartitos reservados con cortina y todo. Al tiempo me enteré que eran los probadores, un trabajo inestable porque a veces estas a solas con terrible minón y otras te toca un banana que te mira, te quiere conquistar, hasta te manosea y ahí te la tenés que bancar calladito.
A mi, último del carro, me pusieron al fondo del pasillo de los vestíbulos, tal vez por mi altura o no se por que, tuve suerte. También me vistieron lindo pero me molestaba que me hagan sostener cartelitos que encima la gente nunca leía, o peor, los leían y ni pelota les daban. Porque yo me daba cuenta cuando los ojeaban y después nada, entraban igual a los probadores con cinco prendas o de repente salían y dejaban todo adentro tirado, mira ni me quiero imaginar la bronca que les agarraba a mis primos, hay gente para todo. Lo bueno era que podía ver los movimientos y conocer gente de todos lados. Claro, no tenía tanto trato personalizado con la gente, la mayoría me miraba de lejos. Pero había algo que me encantaba: cuando venían a pedirme consejos; cuando ya había visitado a mis primos y, así y todo, salían del probador medio confusos, se me acercaban caminando lentamente, me miraban de reojo hasta que se plantaban delante de mío. Podía estar minutos así, llamaban a las personas que los acompañaban y entre todos decidíamos. ¡Que momentos! Saber que ese cliente se iba contento habiendo tomado la decisión correcta.
Estuve un tiempo largo trabajando de esa manera. Ojo, hay algo que me quedo pendiente, bueno me da un poco de vergüenza decirlo, pero ya hay confianza: ver a las minas desnudas. Che ya sé, soy un pajero, pero mis primos podían y yo no. Solamente veía a los chicos que trabajaban en el local que se vestían cada día y noche pero después de un tiempo ya te da lo mismo. ¡Ah, para! Esa vez que hicieron la fiesta, no para que contar. Cerraron como siempre, todo parecía normal, y de pronto se arma el quilombo delante de mis narices. No se como entraron pero estaban todos los vendedores, un montón de chicas del local de al lado, ellos les pedían que no se saquen el uniforme y había un tipo que le decía gerente. Todos en bolas corriendo, me miraban. Te imaginas, yo estaba a punto de estallar. Como esa fiesta nunca volví a ver algo semejante.
Hasta esta puta tarde. Tarde digo, noche. Justo enfrente de donde yo me planto pusieron un reloj hace un tiempo, eran casi las nueve de la noche y nosotros cerramos a las diez. Entra una madre con la nena. Ella un bombonazo, iba y venía, entraba y salía de los probadores pero a mi ni me había registrado. La nena hacía lo que quería, corría de un lado al otro y eso que habían puesto el cartel de “piso mojado”, yo lo vi. Ella seguía yendo y viniendo, no la controlaba ni la madre ni los pibes, nadie. Encima me miraba y me hacía muecas, me sacaba la lengua. Si no me hubiese visto todavía, pero la muy guacha me vio y siguió jugueteando, hasta que pasó lo que tenía que pasar. Ella corría hacia mi a toda velocidad, bueno yo tampoco tengo tanta fuerza, soy bastante frágil, pero claramente la culpa no fue mía. Corrió hasta que trató de frenar a dos metros delante mío. No pudo, resbaló y me dio con la suela de las zapatillas rosas floreadas en el marco de abajo. Tambaleé, trate de hacer equilibrio, aparte me daba miedo caerme sobre la pequeña porque, esta bien, es una guacha pero tampoco para lastimarla. Justo ella se corrió para atrás no sin antes mirarme bien fijo. Podrán decir que tuve pocos reflejos pero ahí yo no pude más y caí al suelo. Mil pedacitos. Te imaginas, me juntaron con escoba. Ni siquiera tuvieron el tupé de levantarme con las mismas manos con las que me sacaban brillo cada mañana. La estúpida de la madre me insultaba a mi más que a su hija, que no paraba de llorar. Me cagó la vida, ¿podés creer?
Y no me vengas con eso de los siete años de mala suerte porque seguramente hoy ella duerme tranquila en su camita, la madre disfruta de su ropa nueva, porque se la llevó de todos modos, y yo acá dentro de una bolsa que encima me delata, esta misma noche me pusieron de patitas en la calle. No te digo, esa pendeja me las va a pagar.

Mi amiga Mirta

A Mirta le encanta el helado de crema americana con chocolate. Siempre que su medico le permite se clava un cucururu en la heladeria de la plaza Almagro mientras su marido juega al Go.
El vestido es de Ricchi Zambora y los zapatos de Lonte.
La peinó Nancy para Nancy Coiffeurs.

yo

Todavia no me convenzo de mi espacio.
Hay veces en las que uno tiene que creerse su espacio. Siempre.
Y hay veces en las que uno tiene que dejar de referirse a uno como uno y decir yo.
Esto es para los futbolistas que lo miran por tv.