extrachino

Hay un chino que esta al pedo. Tiene una barba candado que cierra correctamente, pelo lacio y cara de dushke. Mide un metro sesenta y es robusto. Habla el castellano como el mejor argentino porque él es argentino. Es un chino argentino y se nota. No cabe en él otra posibilidad que no sea estar al pedo. Para estar al pedo en su casa prefiere ir a trabajar de extra en comerciales, que está al pedo de todos modos, pero le pagan. Cada tanto le piden que se pare acá o allá, que lea el diario, que se siente en esa reposera. Le ofrecen bronceador porque está al sol de las diez de la mañana hace ya una hora, le traen un vasito con agua. Ahora descansa.

Se lleva bien con sus compañeros de extras; los conoce a casi todos de rodajes anteriores. Son de alguna manera una comunidad. Pero lo que a él realmente le gusta es estar al pedo. "Llegué a estar 22 horas corridas en una publicidad -comenta con orgullo-. Estaba ahí, tranqui. Cada tanto me llamaban para que haga algo y a los 20 minutos me volvia a sentar".

Se prende un Marlboro, se calza las gafas y se sienta. Ni el opulento catering le quita el sueño. No, no. Cada tanto un café o agua, nada mas. Con el resto le alcanza.

Si lo que a él le gusta es estar al pedo.

Pocos Reflejos

Te juro, pero en serio te digo, te juro que esa pendeja me las va a pagar. Tan tranquilo estaba, no molestaba a nadie, siempre mirando desde mi rincón y viene a romperme el alma, el cuerpo, las pelotas de esa manera tan estúpida. Te cuento para que entiendas un poco de donde vengo y trates de hacerte una idea de lo mal que estoy en este momento.
De mi creación mucho no me acuerdo, bueno lógico, pero tampoco me contaron mucho. Los primeros recuerdos que todavía retengo son del galpón, éramos como quinientos. Pero no conocía a todos, sólo a un par. Ahí estuve bastante tiempo, era un lugar muy amplio y oscuro, había mucho polvo. Me acuerdo que la luz entraba por dos ventanitas triangulares que daban a la calle, o también cuando el patrón abría la puerta, pero eso eran pocos segundos al día. La vida en el galpón era un poco aburrida pero nadie nos molestaba, nadie nos reclamaba nada.
El gran salto lo di hace algunos años, cuando me trasladaron a mí y a varios de los míos. Por la luz me acuerdo que era de mañana, que entró el trompa, estaba más gordo que de costumbre y sin afeitar. Hace mucho que yo no lo veía. Pasó con una chica de unos 25 años, más o menos, muy bien vestida. Bueno, en realidad salvo la mujer esta bajita que venía una vez por semana a limpiarnos, yo nunca había visto otra mujer bien vestida, tampoco vestida, tampoco desnuda. Pero en comparación era la chica más linda que había visto hasta ese momento. Llegó y miren ustedes que me acarició sin siquiera saludarme, me miró de arriba abajo como inspeccionándome. Yo por las dudas me quedé quietito quietito porque estaba el jefe al lado. Se que hizo lo mismo con mis primos, lo vi de reojo. Después se alejaron y ya no pude escuchar lo que decían, esa noche no durmió nadie; nos quedamos todos con la intriga.
Bien temprano, al otro día, nos trasladaron a todos sin previo aviso, a vos te parece. Tuve el pálpito cuando abrieron la puerta grande de atrás, de tanta luz que entró me acuerdo que no podía ver nada, pero sabía que venía del fondo. Ahora, claro, estoy acostumbrado a tantas luces. Vinieron dos gordos que al menos se pusieron guantes pero tenían un olor apestoso y, uno a uno, nos fueron subiendo a un camión. No te digo, la rata del trompa ni se digno a saludarme y eso que pasó caminando delante mío; lo vi con sus gafas negras. Tantos años viviendo ahí y ni un hasta pronto o buena suerte, nada. Viste cuando decís: mala onda al pedo, un salame. El camión no estuvo mal, viajamos cómodos pero no veíamos a donde nos llevaban. Sólo podíamos mirarnos unos a otros y en el rostro de cada uno podíamos vernos a nosotros mismos, expectantes.
Cuando se detuvo completamente el camión mi primo más grande nos mostró el destino: Baires Shopping Center. Muchos pisos, luces, gente, ruido, bueno sabrán a que me refiero. Nos subieron a un carro bien preparado que hasta alfombra tenía y nos llevaron al local donde finalmente íbamos a parar: ropa unisex de buena calidad, pero no puedo decir la marca por un tema legal de publicidad y derechos. Como me asignaron el último puesto pude ver a donde iban a trabajar los míos y, dentro de todo, estaba contento, me había tocado una buena ubicación. A mi primo el más grande lo pusieron en la entrada del negocio, para cuidar la puerta supongo, digo, por su tamaño, media más de dos metros y era bastante ancho. También para hacerles notar a los clientes cuan mal vestidos estaban y lo vieja que era la ropa que tenían puesta. A los mellizos los mandaron detrás de la caja y eso que ellos de números no entendían nada, pero les tocó ese lugar. Bueno, algo de facha tenían, también después de los marcos de roble que les pusieron. Mira, no es envidia pero vestido así cualquiera tiene facha, igual no me quejo. A mis primos menores, los cuatrillizos, los mandaron a unos cuartitos reservados con cortina y todo. Al tiempo me enteré que eran los probadores, un trabajo inestable porque a veces estas a solas con terrible minón y otras te toca un banana que te mira, te quiere conquistar, hasta te manosea y ahí te la tenés que bancar calladito.
A mi, último del carro, me pusieron al fondo del pasillo de los vestíbulos, tal vez por mi altura o no se por que, tuve suerte. También me vistieron lindo pero me molestaba que me hagan sostener cartelitos que encima la gente nunca leía, o peor, los leían y ni pelota les daban. Porque yo me daba cuenta cuando los ojeaban y después nada, entraban igual a los probadores con cinco prendas o de repente salían y dejaban todo adentro tirado, mira ni me quiero imaginar la bronca que les agarraba a mis primos, hay gente para todo. Lo bueno era que podía ver los movimientos y conocer gente de todos lados. Claro, no tenía tanto trato personalizado con la gente, la mayoría me miraba de lejos. Pero había algo que me encantaba: cuando venían a pedirme consejos; cuando ya había visitado a mis primos y, así y todo, salían del probador medio confusos, se me acercaban caminando lentamente, me miraban de reojo hasta que se plantaban delante de mío. Podía estar minutos así, llamaban a las personas que los acompañaban y entre todos decidíamos. ¡Que momentos! Saber que ese cliente se iba contento habiendo tomado la decisión correcta.
Estuve un tiempo largo trabajando de esa manera. Ojo, hay algo que me quedo pendiente, bueno me da un poco de vergüenza decirlo, pero ya hay confianza: ver a las minas desnudas. Che ya sé, soy un pajero, pero mis primos podían y yo no. Solamente veía a los chicos que trabajaban en el local que se vestían cada día y noche pero después de un tiempo ya te da lo mismo. ¡Ah, para! Esa vez que hicieron la fiesta, no para que contar. Cerraron como siempre, todo parecía normal, y de pronto se arma el quilombo delante de mis narices. No se como entraron pero estaban todos los vendedores, un montón de chicas del local de al lado, ellos les pedían que no se saquen el uniforme y había un tipo que le decía gerente. Todos en bolas corriendo, me miraban. Te imaginas, yo estaba a punto de estallar. Como esa fiesta nunca volví a ver algo semejante.
Hasta esta puta tarde. Tarde digo, noche. Justo enfrente de donde yo me planto pusieron un reloj hace un tiempo, eran casi las nueve de la noche y nosotros cerramos a las diez. Entra una madre con la nena. Ella un bombonazo, iba y venía, entraba y salía de los probadores pero a mi ni me había registrado. La nena hacía lo que quería, corría de un lado al otro y eso que habían puesto el cartel de “piso mojado”, yo lo vi. Ella seguía yendo y viniendo, no la controlaba ni la madre ni los pibes, nadie. Encima me miraba y me hacía muecas, me sacaba la lengua. Si no me hubiese visto todavía, pero la muy guacha me vio y siguió jugueteando, hasta que pasó lo que tenía que pasar. Ella corría hacia mi a toda velocidad, bueno yo tampoco tengo tanta fuerza, soy bastante frágil, pero claramente la culpa no fue mía. Corrió hasta que trató de frenar a dos metros delante mío. No pudo, resbaló y me dio con la suela de las zapatillas rosas floreadas en el marco de abajo. Tambaleé, trate de hacer equilibrio, aparte me daba miedo caerme sobre la pequeña porque, esta bien, es una guacha pero tampoco para lastimarla. Justo ella se corrió para atrás no sin antes mirarme bien fijo. Podrán decir que tuve pocos reflejos pero ahí yo no pude más y caí al suelo. Mil pedacitos. Te imaginas, me juntaron con escoba. Ni siquiera tuvieron el tupé de levantarme con las mismas manos con las que me sacaban brillo cada mañana. La estúpida de la madre me insultaba a mi más que a su hija, que no paraba de llorar. Me cagó la vida, ¿podés creer?
Y no me vengas con eso de los siete años de mala suerte porque seguramente hoy ella duerme tranquila en su camita, la madre disfruta de su ropa nueva, porque se la llevó de todos modos, y yo acá dentro de una bolsa que encima me delata, esta misma noche me pusieron de patitas en la calle. No te digo, esa pendeja me las va a pagar.

Mi amiga Mirta

A Mirta le encanta el helado de crema americana con chocolate. Siempre que su medico le permite se clava un cucururu en la heladeria de la plaza Almagro mientras su marido juega al Go.
El vestido es de Ricchi Zambora y los zapatos de Lonte.
La peinó Nancy para Nancy Coiffeurs.

yo

Todavia no me convenzo de mi espacio.
Hay veces en las que uno tiene que creerse su espacio. Siempre.
Y hay veces en las que uno tiene que dejar de referirse a uno como uno y decir yo.
Esto es para los futbolistas que lo miran por tv.