Legitimar las malas costumbres

En los próximos días sabremos si efectivamente las elecciones legislativas nacionales serán efectuadas el 28 de junio, como lo quiere el Gobierno. Esto nos hace pensar no sólo en los pros y contras que conlleva esta decisión a oficialistas y opositores sino en como inciden los comicios en la vida de un funcionario público.
La presidenta Cristina Fernández de Kirchner aseguró que “sería suicida exponer a la sociedad contiendas electorales permanentes de acá al 28 de octubre mientras el mundo se cae a pedazos". En primer lugar me parece un tanto apocalíptica esta apreciación sobre el planeta tierra pero al menos es coherente con otras frases de su discurso tales como “lo que esta pasando en el mundo es mucho más grave de lo que aparece en la televisión o en los medios. Miles de personas se quedan sin trabajo todos los días, se pierden casas, los bancos no saben cuánto van a durar, nadie puede predecir dónde termina esto". Y no digo que vivamos en un mundo ideal ni mucho menos, pero el hecho de utilizar el miedo y la tragedia como elemento manipulador ya no es muy original.
En segundo lugar me parece bueno preguntarnos y preguntarle a Cristina porqué sería suicida exponer a la sociedad a dichas contiendas. ¿Qué es lo que hace un funcionario cuando se avecinan elecciones? O mejor, ¿qué es lo que no hace?
Mientras la Presidenta justifica que “una vez superado el escollo electoral, tendremos mucha apertura y diálogo, alejado de los intereses sectoriales o partidarios”, desde la oposición rugieron todos. Macri: “Convocar a elecciones cambiando las reglas del juego es un síntoma de debilidad”. Stolbizer: “La modificación del calendario esta puesto al servicio del partido del Gobierno”. Morales: “La decisión es irresponsable y de tremenda gravedad institucional”.
Estamos de acuerdo que un funcionario se tiene que preparar para una elección. Perdón, ¿estamos de acuerdo? ¿No es su accionar como tal lo que lo avala para seguir o no en su cargo, además, obviamente, del voto popular?
La Ley de Ética de la Función Pública (Ley 25.188) capitulo 2 artículos C y D indica “Velar en todos sus actos por los intereses del Estado (…), privilegiando de esa manera el interés público sobre el particular” y “No recibir ningún beneficio personal indebido vinculado a la realización, retardo u omisión de un acto inherente a sus funciones, ni imponer condiciones especiales que deriven en ello”.
Cristina dijo: “Una elección demanda muchas veces posicionamientos personales que poco tienen que ver con los intereses argentinos". ¿Hablaba de ella, de sus funcionarios, de la oposición o de todos?

Vuelo MXX56-48 con destino a Buenos Aires

Yo creo que en un momento como ese todo es entendible, justificable diría. Cómo me voy a olvidar del vuelo MXX56-48, imposible. Me acuerdo bien, yo volvía de un viaje de negocios. Con solo 17 años la Metropolitan Financial Company me había enviado a Dusseldorf, Alemania, a un evento de mediana y baja categoría. Nada, tenía que haber alguna cara de la empresa, alguien que hable pocas palabras en inglés, que entregue un par de sobres -ahora que hago memoria nunca supe lo que había dentro- y que reparta otras tantas invitaciones. Yo de alemán ni la punta veía. Bueno sí, orbidensen, dankeshen, enshuldigun y ain, tzvai. Hasta ahí llego y sacame un wurzt bien frankfurten sin mostaza.
La cuestión es que esperaba dentro del aeropuerto volver a mi querida y todavía poco conocida Buenos Aires. Era de esos vuelos que salen a las cinco de la mañana, por lo que a las tres ya hay que estar con los bártulos esperando a que una lagañoza azafata empiece a checkiniarnos. Nadie duerme salvo de a medias horas, despatarrados sobre los sillones de las salas. Ahí uno, y no utilizo el uno para impersonalizar la acción y así justificar mis malos hábitos sino que he corroborado que le sucede a una gran cantidad de viajantes, empieza a ojear a los compañeros de vuelo. Que éste mira como se viste, que la otra es lo más grasa, que el de corbata trabaja con fulano y que la madre de los mellizos ¡of!, que mujer. Muchos italianos, eso después me llamó la atención. Alemanes, lógicamente, y chinos. Bueno, digo chinos, y no quiero ofender a ninguna persona de origen oriental, pero no tengo la menor idea si eran chinos, coreanos o taiwaneses. Me juego por Japón porque tenían mucha tecnología encima, cámaras de fotos, filmadoras, cepillos de dientes eléctricos. Entre tres y cuatro artefactos per cápita, una barbaridad.
Embarcamos a horario y todo se desarrollaba como un vuelo intercontinental amerita. La pauta indicaba tres horas de viaje hasta Torino, Italia, escala de no más de treinta minutos sin bajar del aeroplano y de ahí otras doce horas hasta Buenos Aires, Argentina. En ese momento justifique la nutrida presencia de italianos a la escala, pero lo extraño fue que en Torino no bajo ningún pasajero. Por el contrario, subió únicamente un muchacho que se ubicó en el asiento contiguo al mío. Aparentábamos edades similares, Simone se llamaba. Nunca más lo volví a ver; y eso que lo de mi ceguera fue mucho tiempo después.
Calculo que habíamos dejado atrás África hace unos pocos minutos, íbamos casi a mitad de camino, cuando empecé a notar cierta anomalía en la atmósfera del avión.
Las azafatas se esforzaban por disimular una impaciencia notable. Bueno, notable para mí que soy sumamente observador, porque nadie hizo ademán de sentir algo fuera de lugar. Mi viejo, que volaba seguido en avión, siempre me decía que mientras vea a las azafatas tranquilas me podía dormir tranquilo ­(a menos que estén repartiendo la comida, porque las muy guachas te ven dormido y siguen de largo, y después te levantas con un hambre que anda a quejarte con el piloto) ahora “si las ves nerviosas -me decía- agarrate porque hay tongo”. Y así fue; ahí arriba se cocinaba un quilombo importante, pero pocos nos habíamos percatado. Después de meditarlo unos minutos con Simone, él tomó coraje y fue hasta la cabina. Su reporte, hoy inexacto por el paso del tiempo y el deterioro de mi memoria, medio en italiano medio en español fue algo así como: “il piloto me dicci que stamo al horno, siamo sin suficcienti petróleo, ma que la sta piloteando. Pidió que io me quede muzzarella”. No entendía como podía seguir relajado porque a mi casi me agarra un ataque. Dudamos sobre los pasos a seguir: si informar de la situación a toda la tripulación, si hablar con el jefe de azafatas o si llamar a Olga, la rubia que nos había servido el desayuno, que buena que estaba esa mina; cuanta carne, toda alemana, con el pelo tirante, bien tirante hacia atrás y unas gomas. No, terrible, pero el ambiente no estaba para distracciones fáciles y vulgares.
Súbitamente vemos a todo el equipo de la aerolínea reunido en la parte delantera del avión, en aquel pequeño espacio que existe entre la cabina y las primeras filas de asientos, creo que allí se guarda la comida y algún otro elemento. Dos mujeres lloran, también el copiloto. Hablan en alemán por lo que no puedo seguir el hilo de la conversación; esto lo vi de casualidad cuando fui al baño, mientras esperaba que se desocupe. A todo esto la gorda que estaba adentro del toillet era italiana pero hablaba alemán a la perfección. Salió en estado de shock, histérica, llorando y gritando. Imaginen el cuerpo de esta señora de más de cien kilos chillando por los pasillos que íbamos a morir, que lo escucho al comandante de abordo, que restaban cinco horas de viaje y, aparentemente, teníamos combustible tan solo para tres horas. Una locura. Todos aullando, cada cual en su idioma. La familia de la fila 14-15 rezando, todos de rodillas al borde de los asientos, juntas las palmas de las manos y perpendicularmente pegadas al pecho. Simone me dijo que eran húngaros, que lo sabía por el acento. Los italianos a los gritos, insultaban al piloto, a las azafatas, entre ellos. Uno petacón y morrudo le daba de bofetadas al hijo que saltaba de butaca en butaca. Otro se quitó la camisa de seda y, de su bolso de mano, sacó una vieja camiseta del Nápoles con el número 10 en la espalda, “O visto Maradona, O visto Maradona”, cantaba. Al rato se enteró que en el vuelo había un argentino, yo, y me vino a hablar apasionadamente, no sin antes mostrarme el gol a los ingleses dividido en 27 imágenes que tenía tatuado en la espalda. Empezaba en la nuca, bajaba y terminaba ahí, con la zurda de Diego metida bien adentro. Decía que estaba arriba de aquel avión para conocerla a Doña Tota y pisar Villa Fiorito, pero que si le contaba como era, si le transmitía algo de la vida del Diez podría a morir tranquilo. Más tarde le agradecí a Simone habérmelo sacado de encima, lástima que lo hizo con una importante patada de tae-kwon-do y, del golpe contra un apoyabrazos, se abrió la cabeza. Ahí mismo le pusieron 14 puntos, pero no jodió más.
Los japoneses grababan todo, se sacaban fotos. Chun a Soon. Soon a Mei Li. Mei Li a Tanaka. Soon a Mei Li con Chun. Chun a Tanaka con Soon. Simone a Chun con Soon, Mei Li y Tanaka. Yo a todos ellos con Simone. Una orgía de fotogramas. Ellos posaban haciendo la V con los dedos índice y mayor, con las ventanas de fondo, en color, en sepia, en blanco y negro. Sus ojos eran visores LCD de cuatro pulgadas con zoom X3. El problema se desencadeno cuando abrieron la puerta del baño, con 14 cámaras el cuello, y vieron a la gorda que había anunciado la casi segura catástrofe comiendo todo lo que entraba en el carrito, ese angosto que deslizan las azafatas con tanta delicadeza a través del pasillo. Para que, Mandaron angular y flash al máximo, pero la pobre forcejeo hasta que pudo volver a cerrar la puerta. En ese momento fue que, insaciables los orientales, corrieron hasta el baño de Primera Clase y, al abrir la puerta, la vieron a Olga probando la carne del copiloto. Claro, con el ruido del ambiente y la efervescencia misma del acto Olga siguió arrodillada y el copiloto sonreía para la foto. Era un hecho, los chinos podían morir contentos. Los alemanes parecían los más calmos, mantenían su cinturón abrochado, algunos leían, otros dormían, eso sí, todos tenían puesto el chaleco salvavidas y las máscaras de oxígeno.
Y verán que mala suerte la mía. Luego de sofocado el primer temor, estaba soportando la tensión del momento con extrema relajación gracias a una pequeña ayuda etílica. Vale la pena destacar que, ante el revuelo, no pude más que saquear la bodega llevándome al asiento algo así como veintidós botellas, entre vino, whisky y Fanta Naranja. Además, le cambié a la gorda del baño dos bandejas de carne con arroz, gelatina y budín marmolado por tres botellas de Coca Light. Bastantes ebrios, con Simone, reflexionábamos sobre lo inhóspito de la situación cuando de pronto me vino una sensación horrible; diecisiete años y un aparato sexual recién estrenado: “no me quiero morir sin hacer un orto”, grité. Exactamente aquellas fueron las palabras. Me di media vuelta apoyando mis rodillas sobre el asiento y el torso sobre el respaldo, mirando hacia atrás donde, sentaditas, dos rusas escuchaban sus respectivos walkmans. “Quiero culear”, exclamé otra vez. Obvio, ellas no entendían. Y hete aquí el porque de mi mala fortuna: en ese preciso momento, cuando estaba dispuesto a hacer lo que haga falta para satisfacer mis necesidades sexuales, el piloto anuncia por el altavoz que la falla no se encontraba en la cantidad de petróleo que había en el tanque sino en el contador del tablero de control. Me acuerdo que dijo en un perfecto castellano: “Señoras y señores, take it easy, hay nasta para dar la vuelta al mundo”. Nunca nadie había revelado una sola palabra acerca del vuelo. Obligamos a los coreanos a borrar las fotos, al italiano a decir que se había tropezado, caído y abierto la cabeza y a la gorda a salir del baño y devolver los cubiertos que se llevaba bajo la blusa. Hoy, con 72 años, ciego y adicto al Whisky con Fanta, puedo decir dos cosas: el vuelo MXX56-48 me marcó para siempre y sexo anal nunca pude tener.

PELO en Carrussel

Pelo se llamó una revista emblematica de los años´70, Hair se llama el exitoso musical de Broadway, y pelo es el tema de un documental que se está realizando en Buenos Aires. Entrevistas tanto a peluqueros (hacedores de lo que ocurre por fuera de la cabeza) como a psicólogos (que explican lo que pasa con el arreglo personal por dentro de la cabeza) intentan abarcar lo que manifiesta el adorno más básico: el pelo.

Por la mañana, cada persona acomoda su pelo a un estilo: es fiel a su época, expresa un estado de ánimo o adhiere a una tribu urbana. Salir despeinado también es una aseveración, y aunque la persona se manifieste fuera de la moda, siempre comunica algo. El arreglo del pelo implica tiempo, dinero y dedicación, en diferentes cantidades; pero lo que es desapercibido, no pasa nunca. A partir de ideas como éstas, se está realizando un documental sobre pelo, basado en entrevistas.
Personajes de lo más diversos tienen algo para decir: peluqueros, peinadores, psicólogos, médicos, historiadores, religiosos, productores de moda, especialistas en pelucas, artistas e incluso pelados.
Según los realizadores, están investigando el tema desde la palabra pelo, una palabra simple, cruda y abarcativa, y no desde el témino cabello (un concepto ligado a las publicidades y al discurso comercial).
Periodístico pero con humor, los documentalistas exploran diversas facetas. En cuanto a creencias o tradiciones culturales, entrevistaron a un representante rastafari, como a otro de cultura andina, a un peluquero de la comunidad oriental y a un ortodoxo judío. Para entender cómo se interpreta el peinado y también su ausencia, charlaron con un psicológo, con pelados por opción y con forzosamente pelados; parece que el estatus del pelado no es el mismo hoy que hace treinta años. Además, en cuanto a comercialización, hay mucho para observar: las mujeres conocen la enorme variedad de productos, tratamientos, planchitas y otros dispositivos, pero los varones anhelan costosos implantes capilares, como testimonia un taxista que ahorra para su arreglo personal. El documental tampoco olvida la evolución de las modas, entrevistando a historiadores y expertos en peinados de época.
Con más de 20 horas filmadas, el rodaje comenzó en octubre de 2008 y continúa en proceso. La directora es Ana Rodríguez Baños (que es fotógrafa, periodista y estudió cine) junto con Alejandro Pereiro, también director; y se desarrolla con Leandro Edelstein como productor (periodista que egresó de TEA y estudió cine). Los tres dirigen su propia productora, en crecimiento.

Gracias a Paula Lopez y su Carrussel!!!! (http://www.carrussel.wordpress.com/)