suecas costumbres

"Para mi que tiene un 22 corto", pensó Julián mientras le ponia mayonesa a otro choripan. La miraba de reojo y creia que era disimulado.
Pedro había llegado con dos personas desconocidas para la gran mayoría, una de evidente ascendencia nipona y otra rubia, de tinte sueco. Les hablaba en inglés fluido. Cada tanto alguien se les acercaba y balbuceaba una oración como para entablar un diálogo, siempre superficial, pero todos desistían despues de darse cuenta que hablaban un pobre inglés o que algún otro los estaba escuchando. Huían avergonzados a renovar su Fernet y juraban nunca más volver a hablarles. Ellas estaban felices de vivir una experiencia argentina: choripan, vacío, vino, Fernet, muchachos, cumbia.
La nipona se soltaba bastante más que su blonda amiga; hasta se animaba, empujada por Pedro, a ridiculizarse enunciando frases bien porteñas ante un pequeño grupete.
Lo que a Julián le llamó la atención fue un detalle que pocos se dieron cuenta. La aparente sueca no habia soltado la cartera desde su llegada, dos horas antes. Una cartera, digamos, pequeña, tipo sobre. Negra. La tenia colgada al hombro independientemente de la actividad que realizaba. Haciendose un sandwich, sirviendose Coca, hablando, sentada, riendose, en el balcón, en el sillón, en la cocina. Julián la miraba y no lo podía creer. Lo primero que pensaron era que tenía miedo que se la roben. Ella, en una casa con desonocidos.
Pero entonces debería tener algo importante. ¿Mucha plata? ¿Documentos? Su amiga nipona se había despoajado de sus pertenecias con displicencia. No podía haber tal abismo entre las dos. Andrés, sumado al debate, pensaba que podía tener algo que le avergüenze de ser descubierto: juguetes sexuales de diversas variedades, por ejemplo. "Esta robando comida", tiró uno y fue suficiente para que cinco personas la sigan con la mirada a ver si guardaba embutidos en la cartera. "¿Será una costumbre sueca?", preguntó Andrés. Nadie supo contestarle, de hecho ni sabían si era sueca.
Empezaron a sospechar seriamente cuando fue al baño con la cartera pudiendo habersela dejado a su amiga "la china", a esta altura de los Fernés.
Julián fue primeramente extremista. "Tiene un 22 corto", pensó. No lo dijo para no alarmar, pero hasta creyo haber visto la forma del revolver de relieve en la cartera. Estos pocos se miraban y trataban de encontrar una forma de descifrar el misterio, de pronto dejaban de hablar para pensar. Uno dijo "Che, ¿no tendrá un arma?" y basto para que salte Julián "Tiene un 22 corto, lo ví boludo!". Ahí cambiaron las caras. Otro fue a buscar a Gastón, que ya estaba medio ebrio, y lo encaró: "¿Quién es esta mina?, tiene un 22", "¿Qué?", respondió. "Si -decían todos mientras sumaban al dueño de casa a la ronda- la mina tiene un 22 corto. No soltó la cartera en toda la fiesta, ni un segundo, está loca, estas suecas están todas locas, echala o sacale la cartera, pero con cuidado, que no se de cuenta". Gastón no entendía nada y, medio envalentonado por los licores ingeridos, fue a ver de que hablaban sus amigos.
"¿Queres dejar la cartera en el cuarto?, le sugirió una versión deteriorada de Gastón a la rubia, mientras comenzaba a palpar el accesorio. "Nooo", dijo ella. "Noooooo -gritaron ellos- cuidadooo". "Ya me voy, gracias -le aclaró la rubia en un perfecto castellano- todo muy rico". "Lets go", le tiró a la nipona. Saludaron y se fueron.
"Viste, era argentina, se hizo la boluda toda la noche, en algo andaba seguro", afirmaron todos. Nadie dudó. "Y seguro la china atiende un supermercado, que hija de puta. ¿Quien quiere otro Ferné?".