Observaciones sobre la abundancia y la satisfacción masculina

Le propongo, lector, analizar con lujo de detalles el desenvolvimiento de un ser humano de sexo masculino en la recepción de un casamiento. Allí se encontrará inmerso en diversas situaciones, con diferentes personas y deberá actuar de la manera que considere adecuada para transitarla lo mejor posible.
Con este análisis no intento explicar nada. Sólo demostrar, en base a experiencias reales, cuan fácil o difícil puede ser divertirse.

El hombre, en una situación de relativa alegría, dependiendo de la relación que tenga con los futuros marido y mujer y la satisfacción que le provea esta unión civil (y tal vez religiosa), arriba al salón dispuesto a disfrutar del evento.

Dadas las convenciones sociales actuales, se viste de fiesta. Esto hace referencia al traje, la camisa, la corbata, los zapatos, etc. En caso que la persona utilice estas misma vestimenta en sus labores diarios cotidianos, probablemente tenga prendas de esta índole reservadas para ocasiones especiales (reuniones sociales de mayor importancia a las usuales). En caso que las ropas vestidas diariamente sean las denominadas informales, léase remeras, jeans, camisas, zapatillas, la indumentaria vestida para esta fiesta será prestada o comprada especialmente. En este último caso no importa que haya sido comprada para una fiesta anterior y se continúe usando, ya que ambas constituyen situaciones especiales y esporádicas. ¿A dónde vamos con todo esto? La vestimenta de fiesta, es atípica por ende no estamos acostumbrados a ella (nos referimos a la prenda especifica, no al género). La condición de atípica afecta a todos los concurrentes por igual, por lo que no sólo se está atento a como uno se siente con la prenda, sino también a como los demás lo ven a uno dentro de esa prenda. De esto deriva que cada cual es observador y observado al mismo tiempo y en mayor medida que lo usual.

Ya tenemos al hombre vestido de fiesta, intentando sentirse cómodo dentro de su inusual prenda y prestando suma atención a sus pares, ya sea en como ellos están vestidos y cómo lo miran a uno mismo. Ahora, ese hombre se encuentra dentro de un salón que oficia de recepción a la posterior fiesta. Pasemos a analizar otros aspectos entonces.

El hombre es un ser social por naturaleza, eso dicen algunos. Por eso llega este individuo al casamiento y se relaciona con el resto de los invitados. Tendrá sus amistades cercanas, tal vez familiares, probablemente muchos conocidos y gente desconocida. Dentro de estas posibilidades, escoge a unos pocos para aferrarse a un subgrupo social y la seguridad que este brinda. De esta pequeña tropa conocerá a todos, por lo que no necesitará ponerse al día en cuestiones personales, a diferencia de lo que pasaría si intentará relacionarse con todos los conocidos. Para hacerlo más interesante desarrollaremos la novedosa ecuación: socialización x tiempo transcurrido sin contacto con el individuo a socializar. Cuanto mayor tiempo pase desde la última vez que X vio a Q menor será la importancia que X le otorgue a las respuestas de Q y viceversa. Esto, en vocablos vagos, se refiere a las preguntas típicas que uno le hace a alguien al cual no ve hace mucho tiempo y en la mayoría de las ocasiones no le interesan las respuestas del otro, sino ser cordial y diplomático. Las respuestas serán cortas y de tipo: todo bien, bien bien, tranquilo, tirando y no habrá repreguntas ni profundización. Obviamente, pero no está de más aclararlo, hay excepciones. El problema de irritación por reiteración, que es evitable refugiándose en el subgrupo, surge luego de repetir considerables veces los mismos procedimientos ya que no sólo somos cordiales preguntando, sino que debemos repetir las mismas respuestas a las mismas preguntas tantas veces sea necesario para mantener el orden diplomático.
Es así que se busca el equilibrio entre el amparo del reducido grupo de íntimos y la diplomacia con la menor cantidad de conocidos. Esto se efectiviza siempre desde un punto físico del salón, generalmente es junto a una pared, columna o rincón, desde donde cada miembro del subgrupo parte a buscar alimento y regresa sabiendo que allí encontrará la calidez del hogar.

Mencionado el ítem alimento, pasemos a detallar lo que acontece en relación al deleite culinario.

El hombre arriba al salón en cuestión sin haber ingerido alimento sólido hace, por lo menos, un par de horas ya sea porque viene de la ceremonia religiosa realizada previamente o porque es prevenido y sabe con la situación que se hallará. Entonces, hambriento, se encuentra con que la comida que allí se sirve es cuantitativa y cualitativamente poco frecuente en su vida cotidiana. Para ser más expeditivos, los platos que allí se sirven van del salmón ahumado al calentito de jamón y queso. Del soufflé de acelga con salsa parisién al canapé de caviar negro y salsa golf. De la empanadita de carne al sushi. Esto en cantidades suficientes para saciar el hambre de los invitados a la fiesta, los camareros, el barman, la recepcionista y los lavaplatos.
En relación a esta realidad, el individuo deberá tomar una decisión que girará en torno a elegir pocos platos para comerlos en abundancia o diversificar su menú para probar muchas comidas.
Pero amigos esto no es tan simple, porque hay obstáculos a sortear en el camino hacia el regocijo culinario. A saber, las medidas del salón recepción, generalmente son grandes por lo que hay que desplazarse entre una degustación y otra. El problema no es caminar sino con quien nos tropezamos en el trayecto, y con esto retomamos un punto fundamental del análisis general: la interacción social en estas circunstancias. Estamos entonces transitando el camino hacia el regocijo alimenticio pero nos topamos con un conocido, luego con otro y con otro más. Decidimos ser cordiales pero no perdemos de vista nuestro objetivo central. Una vez sorteados dichos estorbos observamos que, alrededor del espacio donde se sirve el arroz con camarones que tanto deseamos, hay unas quince personas con la misma ansiedad que nosotros. ¡La pucha, que difícil es ir a un casamiento! Finalmente logramos obtener la pequeña y deliciosa cazuela de mariscos y volvemos a nuestro lugar base en la preciosa recepción.

“Muy rica la cazuela pero con algo hay que bajarla”, se escuchó decir a un gordito por lo bajo que se dirigía a la barra, pero en el medio saludaba a medio salón.

Es difícil encontrar el equilibrio cuando se come y se bebe en iguales condiciones de calidad. La dimensión hambre ya fue desarrollada, es el turno ahora de la dimensión sed. En estas circunstancias un hombre debe definir qué toma, cuándo lo toma y cómo lo toma. No obstante será de vital importancia aclarar que la mayoría de los placeres bebibles contienen un elemento particular: el alcohol. Esto es mencionado por las consecuencias que tendrá este elemento, en la medida que sea consumido a groso modo, sobre el individuo. A diferencia de las opciones comestibles, me atrevo a recomendar la elección de una bebida para mantenerla a lo largo de la fiesta, ya que la mezcla de alcoholes será motivo de padecimientos estomacales en el día posterior al evento.
Un muchacho bajó las escaleras, entró a la sala, saludó a varias personas, detectó a algún miembro del subgrupo y, luego de saludarlo, automáticamente le comenta: “¿vamos a la barra a buscar algo para tomar?”. Vamos a suponer que elige champagne entonces, copa en la mano, va a buscar a los demás integrantes del subgrupo, a saludar a los novios, ver que chicas hay en la fiesta, etc. Una vez resueltos estos tramites vuelve a establecer el punto base, si es que sus amigos no lo establecieron aún y, acto seguido, arranca el raid gastronómico ya mencionado. Sin embargo me pregunto, ¿en qué momento este muchacho dejó la copa para coger el plato con salmón ahumado? ¿Dónde lleva el tenedor? ¿Cuántos tenedores caen al piso por fiesta? Suponiendo que estemos en presencia de un equilibrista digno del Circo de Carlitos Scazziota, llevará la copa en la mano derecha junto con una servilleta entre el dedo meñique y el anular. El plato con salmón en la mano izquierda, con el tenedor sobre el plato, endeble ya que su punto de apoyo es la carne rosada del pescado. Camina entre la gente esquivando trajes, vestidos y gotas de champagne, se le cae el tenedor y antes de tocar el piso le roza el pantalón, mancha, una moza con bandeja lo levanta ágilmente, lo mira con cara de pelotudo ahora vas a comer con este tenedor sucio, le da culpa y le va a buscar otro, tarda 34 segundos, lo saludan dos mujeres, le da vergüenza, sigue su camino hacia el lugar base, llega y quiere introducirse en la conversación, comer, tomar y limpiarse el pantalón, se da cuenta que no tiene cuchillo, tampoco tiene donde apoyar la copa, los amigos le dicen que se tome un fondo blanco, lo hace, se desplaza tres metros y medios a la mesa mas cercana y deja la copa, come sosteniendo el plato con la mano izquierda y cortando con el tenedor. ¡Ah, que rico el salmón!
Si se sintió identificado ya puede mandarle un CV a Carlos Scazziota. De repetirse varias veces mas esta secuencia, cosa que seguro pasará, el muchacho estará olímpicamente del copete antes de entrar al salón, esto teniendo en cuenta que el fondo blanco acelera el proceso embriagatorio, que se auto motivan entre los miembros del subgrupo para tomar más y más alcohol y que ante la vagancia de ir a buscar otra copa, en muchas ocasiones aceptamos el trago de ferné, vino, whisky y hasta daiquiri para bajar el canapé en cuestión.

Es entonces que pasa el camarógrafo decadente con el hijo de puta del iluminador que le pone a uno una luz de 1 millón de watts en la cara que lo enceguece y piden que saludemos, sólo por envidia que nosotros estamos relajados y ellos trabajando, y pasa eso que vemos un mes después del casamiento en un living de parqué y pared color crema de recién casados, que nos encontramos saludando a cámara con un movimiento de cabeza, una sonrisa nerviosa, una mirada incoherente, un plato medio lleno, una copas medio vacias, un pantalón manchado y unas palabras de amor con la boca llena.

Después entraremos al salón, comeremos ya sin hambre, beberemos sin sed y bailaremos con las chicas que apenas saludamos en la recepción. Pero esa es otra historia, que el mozo de nuestra mesa, llenándonos constantemente la copa con champagne, podrá ayudarnos a disfrutar.

2 comentarios:

Oruga Viajera dijo...

Me gustó el análisis antropológico del homo-fiesterius. Pero para entender completamente esa sociedad de fiestas de comida, diplomacia y depravación, falta, justamente, el análisis del comportamiento femenino. Me parece de suma importancia para la multiplicación de estos mismos eventos.
Saludos!
Sil

Leandro Edelstein dijo...

Pero es una gran responsabilidad que no puedo asumir. Desconozco como funciona el cerebro del genero. Te invito a sumar tu aporte.